LIBRO
DEL ECLESIÁSTICO 35, 12-14. 16-19A
El
Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para
él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la
oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando
se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su
plegaria sube hasta las nubes.
La
oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su
destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les
hace justicia. El Señor no tardará.
COMENTARIO
El texto recopila una serie de
sentencias de los sabios acerca de la justicia de Dios. Queda claro que la
justicia de Dios no es parcial: no deja en el olvido a los indefensos sociales:
pobres, oprimidos, huérfanos, viudas y forasteros. Dios actúa con total
imparcialidad hacia todos; su justicia no castiga más allá de lo debido y se
deja guiar por la misericordia.
El autor sagrado sale así al paso
de los que desconfían de la imparcialidad de Dios. Ahora, como entonces, nos
preguntamos por qué tienen éxito los poderosos, y el fracaso y olvido se adueña
de los piadosos; ¿por qué medran los malhechores, los defraudadores, los que se
aprovechan de la indefensión de los débiles de la sociedad? ¿Por qué son
siempre los mismos los que lo pasan mal? ¿Dónde está la imparcialidad de Dios?
¿A qué espera Dios a implanta la justicia?
El buen israelita sabe que Dios
es ciertamente imparcial, como sentencia el texto leído hoy. Por otra parte, la Escritura es clara
también cuando habla de las preferencias de Dios sobre los pobres, huérfanos,
viudas y forasteros; es decir, de todos aquellos que no encuentran abogado
defensor. ¿Por qué tarda tanto en establecerse la justicia en el mundo? ¿Acaso
se ha cansado Dios de hacer justicia?
Pienso que Dios Padre desea que
la justicia se implante cuanto antes, pero le fallamos sus hijos que no estamos
por la labor. Dios Padre nos creó a imagen suya; sin embargo, no reproducimos
la imagen de hijos justos y misericordiosos que Dios Padre puso en nosotros: no
nos comprometemos lo suficiente por la justicia, siendo más justos y haciendo
que los otros lo sean igualmente. Dios actúa por nuestra mediación; actúa con
la rapidez que nosotros actuamos.
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