viernes, 7 de octubre de 2016

XXVIII DOMINGO ORDINARIO - C

SEGUNDO LIBRO DE LOS REYES 5, 14-17
En aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio. Naamán y su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando:
- «Ahora reconozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu servidor».
Pero Eliseo respondió:
- «¡Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada».
Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó.
Naamán dijo entonces:
- «Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».

COMENTARIO

En la antigüedad, la lepra era considerada una enfermedad irreversible: Quien se veía afectado por esta enfermedad sabía que tenía los días contados acompañados de dolores atroces y del abandono de la sociedad y de la familia. Quien contraía la lepra era excluido de la comunidad y, por lo tanto, del favor y protección de Yahvé, porque sus pecados le habían conducido a ese lamentable estado; había perdido toda dignidad ante los hombres y ante Dios.
El relato del signo milagroso de la cura de la lepra por parte del profeta Eliseo es uno más de los muchos signos prodigiosos que quedan recogidos para la posteridad como sello de la actuación de Dios a favor de los hombres.
Dios se hace presente a través de sus profetas por medio de signos materiales que no dejan de ser «sacramentos», es decir, acciones salvadoras que van más allá de la liberación material de una enfermedad: Se trata de una acción liberadora del pecado, que restituye la amistad con Dios Padre.
Tal vez sea este sentido salvador lo que ve aquel sirio Naamán y se siente en la obligación de agradecer a Dios, en la persona del profeta Eliseo, el favor recibido: la salvación. El milagro obrado sobre su carne enferma le lleva a la conversión y a emprender una vida nueva: «Tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».

Este relato es una llamada a todos nosotros para que sepamos apreciar la salvación que nos ha traído Dios Padre por medio de su hijo: los signos milagrosos «sacramentos» que constantemente experimentamos nos hablan de esta salvación. Seamos sensibles a estos prodigios del amor de Dios.
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