SEGUNDO LIBRO DE LOS MACABEOS 7, 1-2. 9-14
En
aquellos días, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los
hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo,
prohibida por la Ley. Uno
de ellos habló en nombre de los demás:
«¿Qué
pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la
ley de nuestros padres».
El
segundo, estando a punto de morir, dijo:
-
«Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su
ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».
Después
se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo
enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
«Del
cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo
Dios».
El
rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los
tormentos.
Cuando
murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto.
Y,
cuando estaba a punto de morir, dijo:
«Vale
la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios
mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».
COMENTARIO
El
texto pertenece a una época histórica de Israel en la que el rey Antíoco IV
Epífanes (siglo II A. C.) pretendía extender el culto a las divinidades griegas
dentro de la comunidad de Israel. Para ello había hecho introducir una estatua
de Zeus Olímpico en el templo de Jerusalén. Todo ello supuso un enorme
sufrimiento para el judío observante de la Ley.
El
relato solo incluye el martirio de los cuatro primeros hijos, pero sabemos que
fueron siete y su madre. El número siete nos habla de plenitud: es toda la
comunidad judía la que sufre el martirio. Aunque todo el pueblo judío sea
sacrificado y desmembrado, dispersado por todas las naciones de la tierra, se
mantendrá unido y de nuevo resurgirá en una vida nueva. En cambio sus verdugos
no resucitarán a esta nueva vida.
Es
un relato tardío y que ya nos habla de esa fe, que se ha ido afianzando en el
pueblo, de que hay vida más allá de este mundo y que es una vida duradera
porque es Dios quien la otorga a los que se han mantenidos fieles a la Ley.
Esta
es la fe que le transmiten a Jesús sus padres, es la fe que nos han transmitido
a nosotros los apóstoles con sus palabras y el testimonio de su martirio, es la
fe que tantos cristianos, a lo largo de
la historia de la humanidad, nos han dejado con el testimonio de sus vidas.
Jesús
nos habla del más allá, de la vida más allá de la muerte; no cae en la
tentación que le tienden los saduceos en el relato evangélico que escuchamos
hoy: no nos dice cómo es esa vida, sino que tengamos esperanza en ella, porque
es un don que Dios Padre tiene reservado a sus hijos que le «gritan noche y
día», y que «no se hará esperar».
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