jueves, 3 de noviembre de 2016

XXXII DOMINGO ORDINARIO - C

SEGUNDO LIBRO DE LOS MACABEOS 7, 1-2. 9-14
En aquellos días, sucedió que arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás:
«¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres».
El segundo, estando a punto de morir, dijo:
- «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del universo nos resucitará para una vida eterna».
Después se burlaron del tercero. Cuando le pidieron que sacara la lengua, lo hizo enseguida y presentó las manos con gran valor. Y habló dignamente:
«Del cielo las recibí y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios».
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos.
Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto.
Y, cuando estaba a punto de morir, dijo:
«Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».

COMENTARIO

El texto pertenece a una época histórica de Israel en la que el rey Antíoco IV Epífanes (siglo II A. C.) pretendía extender el culto a las divinidades griegas dentro de la comunidad de Israel. Para ello había hecho introducir una estatua de Zeus Olímpico en el templo de Jerusalén. Todo ello supuso un enorme sufrimiento para el judío observante de la Ley.
El relato solo incluye el martirio de los cuatro primeros hijos, pero sabemos que fueron siete y su madre. El número siete nos habla de plenitud: es toda la comunidad judía la que sufre el martirio. Aunque todo el pueblo judío sea sacrificado y desmembrado, dispersado por todas las naciones de la tierra, se mantendrá unido y de nuevo resurgirá en una vida nueva. En cambio sus verdugos no resucitarán a esta nueva vida.
Es un relato tardío y que ya nos habla de esa fe, que se ha ido afianzando en el pueblo, de que hay vida más allá de este mundo y que es una vida duradera porque es Dios quien la otorga a los que se han mantenidos fieles a la Ley.
Esta es la fe que le transmiten a Jesús sus padres, es la fe que nos han transmitido a nosotros los apóstoles con sus palabras y el testimonio de su martirio, es la fe que tantos cristianos, a  lo largo de la historia de la humanidad, nos han dejado con el testimonio de sus vidas.

Jesús nos habla del más allá, de la vida más allá de la muerte; no cae en la tentación que le tienden los saduceos en el relato evangélico que escuchamos hoy: no nos dice cómo es esa vida, sino que tengamos esperanza en ella, porque es un don que Dios Padre tiene reservado a sus hijos que le «gritan noche y día», y que «no se hará esperar».
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