viernes, 9 de diciembre de 2016

III DOMINGO DE ADVIENTO - A

LIBRO DE ISAÍAS 35, 1-6a. 10
El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mundo.
Retornan los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción.

COMENTARIO:

La inminencia de la venida de Jesús nos invita a la alegría -«gozo y alegría» (Is 35, 10)-,  a mantenernos firmes -«sed fuertes, no temáis»-, y a ser solidarios -«fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes»-.
La profecía habla, en un tono apocalíptico, de un juicio severo a las naciones que oprimen a Israel y de la liberación del pueblo de la opresión de las naciones.
Es una hermosa página destinada a recuperar la ilusión del pueblo descorazonado.
Todo invita a la alegría y al gozo. Hasta el desierto, de por sí incapaz de regenerar vida, florecerá porque es el poder de Dios el que lo hace reverdecer.
En Israel ya no habrá lugar para la tristeza porque domina la alegría y hasta la misma naturaleza se viste de gala para recibir al pueblo que retorna a Sión.
Estamos ante una magnífica metáfora de lo que puede ser la situación actual de los creyentes. La Iglesia nos invita a releer y meditar hoy estos textos de Isaías, que también están escritos para nosotros.
Nos toca vivir en una sociedad, la europea, dentro de nuestra nación y de nuestra propia ciudad. Son muchos los que no ven los signos que invitan al gozo, a la alegría desbordante; sin embargo, no faltan los profetas que nos animan a mirar en profundidad, allí donde casi nadie mira, donde los medios de comunicación no encuentran noticias, para que nosotros veamos los brotes de esperanza que ya están ahí.
El profeta también nos anima a ser fuertes y animar a los pusilánimes: animarles a levantar la cabeza, a mostrarles las pequeñas señales de nueva vida que brota vigorosa en la Iglesia.
Somos nosotros -el nuevo resto de Israel- los que tenemos que fortalecer las manos temblorosas y afianzar las rodillas vacilantes.
La nueva Iglesia está al llegar, la salvación está cerca. He aquí el mensaje de este adviento.
¿Dónde están esos signos que no somos aún capaces de ver muchos de nosotros? Los encontramos abundantes en los mensajes del papa Francisco: Leámosles atentamente. Los encontramos en los profetas de nuestro tiempo: caminemos con los ojos abiertos y la sensibilidad despierta. Abundan las campañas de solidaridad en estos días. Aumenta el número de los que se sienten solidarios con el sufrimiento y carencias de los más desfavorecidos de nuestra sociedad. La caridad es contagiosa y crece cada día en nuestro entorno el número de los voluntarios anónimos, que no buscan notoriedad sino tan solo ayudar al prójimo.

Finalmente, no nos quedemos solo contemplando la transformación de nuestro barrio, de nuestra ciudad y del mundo. Unámonos al número de los que ofrecen sus manos a la labor de construcción del nuevo reino de Dios, anunciado y profetizado por Jesús. El nuevo reino será posible y se hará más próximo en la medida en que nosotros nos impliquemos en él.
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