LIBRO
DE ISAÍAS 35,
1-6a. 10
El
desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá como flor
de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo. Le ha sido dada la gloria
del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Contemplarán la gloria del
Señor, la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced
las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos:
«Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la
retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».
Entonces
se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán;
entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mundo.
Retornan
los rescatados del Señor. Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin
límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y
la aflicción.
COMENTARIO:
La inminencia
de la venida de Jesús nos invita a la alegría -«gozo y alegría» (Is 35,
10)-, a mantenernos firmes -«sed
fuertes, no temáis»-, y a ser solidarios -«fortaleced las manos débiles,
afianzad las rodillas vacilantes»-.
La
profecía habla, en un tono apocalíptico, de un juicio severo a las naciones que
oprimen a Israel y de la liberación del pueblo de la opresión de las naciones.
Es
una hermosa página destinada a recuperar la ilusión del pueblo descorazonado.
Todo
invita a la alegría y al gozo. Hasta el desierto, de por sí incapaz de regenerar
vida, florecerá porque es el poder de Dios el que lo hace reverdecer.
En
Israel ya no habrá lugar para la tristeza porque domina la alegría y hasta la
misma naturaleza se viste de gala para recibir al pueblo que retorna a Sión.
Estamos
ante una magnífica metáfora de lo que puede ser la situación actual de los
creyentes. La Iglesia
nos invita a releer y meditar hoy estos textos de Isaías, que también están
escritos para nosotros.
Nos
toca vivir en una sociedad, la europea, dentro de nuestra nación y de nuestra
propia ciudad. Son muchos los que no ven los signos que invitan al gozo, a la
alegría desbordante; sin embargo, no faltan los profetas que nos animan a mirar
en profundidad, allí donde casi nadie mira, donde los medios de comunicación no
encuentran noticias, para que nosotros veamos los brotes de esperanza que ya
están ahí.
El
profeta también nos anima a ser fuertes y animar a los pusilánimes: animarles a
levantar la cabeza, a mostrarles las pequeñas señales de nueva vida que brota
vigorosa en la Iglesia.
Somos
nosotros -el nuevo resto de Israel- los que tenemos que fortalecer las manos
temblorosas y afianzar las rodillas vacilantes.
La
nueva Iglesia está al llegar, la salvación está cerca. He aquí el mensaje de
este adviento.
¿Dónde
están esos signos que no somos aún capaces de ver muchos de nosotros? Los
encontramos abundantes en los mensajes del papa Francisco: Leámosles
atentamente. Los encontramos en los profetas de nuestro tiempo: caminemos con
los ojos abiertos y la sensibilidad despierta. Abundan las campañas de
solidaridad en estos días. Aumenta el número de los que se sienten solidarios
con el sufrimiento y carencias de los más desfavorecidos de nuestra sociedad.
La caridad es contagiosa y crece cada día en nuestro entorno el número de los voluntarios
anónimos, que no buscan notoriedad sino tan solo ayudar al prójimo.
Finalmente,
no nos quedemos solo contemplando la transformación de nuestro barrio, de
nuestra ciudad y del mundo. Unámonos al número de los que ofrecen sus manos a
la labor de construcción del nuevo reino de Dios, anunciado y profetizado por
Jesús. El nuevo reino será posible y se hará más próximo en la medida en que
nosotros nos impliquemos en él.
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