jueves, 22 de diciembre de 2016

NAVIDAD - A

ISAÍAS 52, 7-10
«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia».
«…y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios».

Salmo 97
«Los confines de la tierra  han contemplado
la salvación de nuestro  Dios.
Aclama al Señor, tierra  entera;
gritad, vitoread, tocad».

HEBREOS 1
«En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo».

JUAN 1
«En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió».

COMENTARIO

COMENTARIO
Hoy, día del nacimiento de Jesús, el hijo de María, los creyentes celebramos el acontecimiento que tantos hombres de buena voluntad esperaron a oscuras a lo largo de los siglos. Desde el comienzo de la historia de la humanidad los hombres nos hemos preguntado por nuestro origen, nuestro destino aquí en la tierra y siempre han existido hombres que han vislumbrado un futuro para la humanidad más allá de este mundo.
Hoy, día de Navidad, queremos celebrar que Dios ha pronunciado su última palabra, la más importante y la definitiva. San Juan nos lo relata con precisión en ese hermoso himno con el que inicia su relato evangélico: La Palabra pronunciada por Dios es su hijo: «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió» - afirma san Juan.
Los cristianos creemos y celebramos que el Hijo de Dios nos ha traído la vida, esa que no alcanzamos con nuestras propias fuerzas e inteligencia: se trata de la plenitud de la vida que hemos iniciado el día de nuestra concepción. También celebramos que el Hijo de Dios es la luz que ilumina nuestro caminar en la tierra para que alcancemos un día esa plenitud de vida que soñamos.
Hoy celebramos, con el profeta Isaías, la llegada de ese mensajero que nos anuncia la buena noticia de la paz, que trae el mensaje de la salvación universal: no hay excluidos de la salvación entre los hijos de Dios. La gran revelación que nos trae el Hijo de Dios es que Dios es Padre y que todos nosotros debemos reconocernos hermanos los unos de los otros, sin excluir a nadie, pues Dios Padre no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, se quede fuera del hogar paterno.
«Un niño se nos ha dado» (Is. 9, 6). Celebramos con el profeta Isaías la llegada de algo nuevo, alguien no esperado; porque las leyes y la evolución de los acontecimientos, el devenir de la historia humana no nos aportan señales de su llegada. Cuando celebramos la Navidad celebramos la aparición de lo inesperado, pero que aporta novedad y frescura a nuestro mundo, a nuestra propia familia; por ello es por lo que muchos, aún no siendo creyentes, celebran cada año la Navidad. Los creyentes sí esperamos cada Navidad la Encarnación del Hijo de Dios, que nos transforme, nos haga mejores: más humanos, más fraternos.
El salmo 97 nos invita a expresar nuestro gozo con griterío, con cantos y vítores de fiesta, pues hoy es el gran día de la manifestación definitiva de Dios: Dios se ha encarnado, siéndonos así más accesible; se ha hecho uno de nosotros para compartir nuestra historia y guiarnos para llevarla a su plenitud.
La carta a los Hebreos ratifica que Dios, que en tiempos remotos se comunicaba con sus hijos, los hombres, por medio de los profetas, ahora nos ha hablado por medio del Hijo en esta etapa final de la historia humana. Ahora ya vemos a Dios en la imagen de su hijo y le comprendemos hasta donde podemos comprender los hombres.
Celebremos, pues, esta fiesta con alegría. Hoy nos sabemos salvados, redimidos. Hoy hemos de asumir con gozo y valentía nuestra historia. Ya no es posible quedarse indiferentes ante los acontecimientos. La noche de Belén en la que nace Jesús puso en movimiento a todo el mundo: Los pastores, intrigados por el anuncio de los ángeles, acudieron a Belén; Los letrados de Israel investigan en las Escrituras sobre el tiempo y lugar en que habría de hacerse presente el Mesías; Herodes se inquietó ante la posibilidad de perder su trono; los sabios de oriente se pusieron en camino para adorar al Niño… ¿Y nosotros?
Celebremos la Navidad compartiendo nuestra alegría con todos, de manera especial con los necesitados de cariño, con los pobres, con los enfermos, con nuestros ancianos solos…
¡Que la paz que trae el Niño de Belén vuelva a reinar en nuestro mundo tan desolado por las guerras, el terrorismo y la explotación de los más débiles! Amén.
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