ISAÍAS 52, 7-10
«Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero
que proclama la paz, que anuncia la buena noticia».
«…y
verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios».
Salmo 97
«Los confines de la tierra
han contemplado
la salvación de nuestro
Dios.
Aclama al Señor, tierra
entera;
gritad, vitoread, tocad».
HEBREOS 1
«En
muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres
por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo».
JUAN 1
«En
él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la
tiniebla, y la tiniebla no la recibió».
COMENTARIO
COMENTARIO
Hoy,
día del nacimiento de Jesús, el hijo de María, los creyentes celebramos el
acontecimiento que tantos hombres de buena voluntad esperaron a oscuras a lo
largo de los siglos. Desde el comienzo de la historia de la humanidad los
hombres nos hemos preguntado por nuestro origen, nuestro destino aquí en la
tierra y siempre han existido hombres que han vislumbrado un futuro para la
humanidad más allá de este mundo.
Hoy,
día de Navidad, queremos celebrar que Dios ha pronunciado su última palabra, la
más importante y la definitiva. San Juan nos lo relata con precisión en ese
hermoso himno con el que inicia su relato evangélico: La Palabra pronunciada por
Dios es su hijo: «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y
la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió» - afirma san Juan.
Los
cristianos creemos y celebramos que el Hijo de Dios nos ha traído la vida, esa
que no alcanzamos con nuestras propias fuerzas e inteligencia: se trata de la
plenitud de la vida que hemos iniciado el día de nuestra concepción. También
celebramos que el Hijo de Dios es la luz que ilumina nuestro caminar en la
tierra para que alcancemos un día esa plenitud de vida que soñamos.
Hoy
celebramos, con el profeta Isaías, la llegada de ese mensajero que nos anuncia
la buena noticia de la paz, que trae el mensaje de la salvación universal: no
hay excluidos de la salvación entre los hijos de Dios. La gran revelación que
nos trae el Hijo de Dios es que Dios es Padre y que todos nosotros debemos
reconocernos hermanos los unos de los otros, sin excluir a nadie, pues Dios
Padre no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, se quede fuera del hogar paterno.
«Un
niño se nos ha dado» (Is. 9, 6). Celebramos con el profeta Isaías la llegada de
algo nuevo, alguien no esperado; porque las leyes y la evolución de los
acontecimientos, el devenir de la historia humana no nos aportan señales de su
llegada. Cuando celebramos la
Navidad celebramos la aparición de lo inesperado, pero que
aporta novedad y frescura a nuestro mundo, a nuestra propia familia; por ello
es por lo que muchos, aún no siendo creyentes, celebran cada año la Navidad. Los creyentes sí
esperamos cada Navidad la
Encarnación del Hijo de Dios, que nos transforme, nos haga
mejores: más humanos, más fraternos.
El
salmo 97 nos invita a expresar nuestro gozo con griterío, con cantos y vítores
de fiesta, pues hoy es el gran día de la manifestación definitiva de Dios: Dios
se ha encarnado, siéndonos así más accesible; se ha hecho uno de nosotros para
compartir nuestra historia y guiarnos para llevarla a su plenitud.
La
carta a los Hebreos ratifica que Dios, que en tiempos remotos se comunicaba con
sus hijos, los hombres, por medio de los profetas, ahora nos ha hablado por
medio del Hijo en esta etapa final de la historia humana. Ahora ya vemos a Dios
en la imagen de su hijo y le comprendemos hasta donde podemos comprender los
hombres.
Celebremos,
pues, esta fiesta con alegría. Hoy nos sabemos salvados, redimidos. Hoy hemos
de asumir con gozo y valentía nuestra historia. Ya no es posible quedarse
indiferentes ante los acontecimientos. La noche de Belén en la que nace Jesús
puso en movimiento a todo el mundo: Los pastores, intrigados por el anuncio de
los ángeles, acudieron a Belén; Los letrados de Israel investigan en las
Escrituras sobre el tiempo y lugar en que habría de hacerse presente el Mesías;
Herodes se inquietó ante la posibilidad de perder su trono; los sabios de
oriente se pusieron en camino para adorar al Niño… ¿Y nosotros?
Celebremos
la Navidad
compartiendo nuestra alegría con todos, de manera especial con los necesitados
de cariño, con los pobres, con los enfermos, con nuestros ancianos solos…
¡Que la paz que trae el Niño de Belén vuelva a reinar en nuestro mundo
tan desolado por las guerras, el terrorismo y la explotación de los más
débiles! Amén.
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