LIBRO
DE ISAÍAS 49,
3. 5-6
Me
dijo el Señor:
«Tú
eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y
ahora habla el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para
que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a
los ojos de Dios.
Y mi
Dios era mi fuerza:
«Es
poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta
a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi
salvación alcance hasta el confín de la tierra».
COMENTARIO
Este
cántico del Deutero-Isaías es una de esas grandes reflexiones teológicas que
encontramos en el Antiguo Testamento.
La
tarea del Siervo es reunir las tribus de Israel, traer paz, consolar, dar
esperanza, rescatar a los desterrados…
Esta
figura del Siervo es significativa para el creyente en el mundo en el que nos
ha tocado vivir. Siempre hay deseos de más paz, de hermandad, de concordia, de
consolación y esperanza. Los creyentes estamos llamados a esto precisamente: en
un mundo que se encuentra desorientado, somos nosotros quienes debemos ser la
luz que ilumine en medio de tanta oscuridad.
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