jueves, 12 de enero de 2017

II DOMINGO ORDINARIO - A

LIBRO DE ISAÍAS 49, 3. 5-6
Me dijo el Señor:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y ahora habla el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza:
«Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».

COMENTARIO

Este cántico del Deutero-Isaías es una de esas grandes reflexiones teológicas que encontramos en el Antiguo Testamento.
La tarea del Siervo es reunir las tribus de Israel, traer paz, consolar, dar esperanza, rescatar a los desterrados…
Esta figura del Siervo es significativa para el creyente en el mundo en el que nos ha tocado vivir. Siempre hay deseos de más paz, de hermandad, de concordia, de consolación y esperanza. Los creyentes estamos llamados a esto precisamente: en un mundo que se encuentra desorientado, somos nosotros quienes debemos ser la luz que ilumine en medio de tanta oscuridad.

La Luz venida del Padre, el Hijo, vino como camino, luz y verdad. Los cristianos somos los responsables de que esta luz llegue a todos los rincones de la tierra. Los hombres han de ver en nosotros, en nuestras palabras y actuación, esa luz, ese camino y esa verdad que andan buscando y no encuentran.
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