jueves, 2 de marzo de 2017

I DOMINGO DE CUARESMA

GÉNESIS 2, 7-9; 3, 1-7
El Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.
Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era más astuta que las demás bestias del campo que el Señor había hecho. Y dijo a la mujer:
«¿Con que Dios os ha dicho que no comáis de ningún árbol del jardín?».
La mujer contestó a la serpiente:
«Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; pero del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, de lo contrario moriréis"».
La serpiente replicó a la mujer:
«No, no moriréis; es que Dios sabe que el día en que comáis de él, se os abrirán los ojos, y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal».
Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió.
Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

COMENTARIO

El hombre no siempre es consciente del soplo de vida que lleva consigo. El simple hecho de respirar, de despertar cada mañana y sentirse vivo, es razón suficiente para sentirse agradecido por el amor que Alguien depositó en él trayéndolo a la vida; pero sucede que no nos damos por satisfechos y, como apunta el libro del Génesis, un buen día nos planteamos la posibilidad de destronar a Dios, quien nos dio el aliento de vida y quien hace posible todo lo que somos. Pretendemos suplantar a Dios, porque no nos conformamos con la imagen de él con la que hemos sido modelados de arcilla. El árbol de la vida es el límite que Dios nos marca; sin embargo nosotros hemos decidido vivir sin límites. El comer del fruto prohibido del árbol de la vida es pretender una autonomía absoluta, prescindiendo de Dios, de vivir a su imagen y semejanza.
El autor del relato del Génesis nos advierte del gran error en el que caemos los hombres: vivir sin límites. Sabe este autor que el mal fascina al hombre, pero deja tras de sí angustia y desolación. Al probar del fruto prohibido el hombre experimenta una sensación de desnudez y vacío; siente la necesidad de vestirse, pero las hojas de higuera entrelazadas no son suficientes. El autor sagrado se plantea la pregunta: ¿Quién podrá vestir de nuevo al hombre? Al final del relato se apunta la solución que viene de Dios, como siempre.

San Pablo anima a los romanos a considerar que la salvación nos viene del Hijo de Dios. En él se cumplen las promesas de recreación de la humanidad anunciadas desde el Paraíso a nuestros primeros padres.
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