jueves, 16 de marzo de 2017

III DOMINGO DE CUARESMA - A

Éxodo 17,3-7:
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: «¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?».
Clamó Moisés al Señor y dijo: «¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen».
Respondió el Señor a Moisés. «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los anciano de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo».

Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».

COMENTARIO

Hoy, como en los tiempos de Moisés, el Señor nos guía a través del desierto de la vida, donde la sensación de sed es agobiante. Nuestra primera oración debe ser precisamente esta: Señor, haz que sienta sed de ti, de tu palabra. La razón por la que Yahvé ordena a Moisés que no vaya a la tierra prometida por el camino más corto y sencillo, sino que siga el camino del desierto, es porque allí sentirá la necesidad de la ayuda de Yahvé.
¿Cuál es el mensaje que este texto del Éxodo nos transmite en este tiempo de cuaresma?
En primer lugar que mantengamos siempre una actitud de necesidad de Dios, que no nos sintamos nunca seguros de nosotros mismos. Este es sin duda nuestro principal pecado. Nos hemos construido un mundo en el que nos sentimos cómodos; nos procuramos un ambiente tranquilo, en el que nadie ni nada estorbe nuestra felicidad. Nos estorban los pobres, los inmigrantes, los violentos; y con relativa frecuencia hasta los enfermos, los ancianos y los hijos.
Sin embargo, nuestro Dios nos quiere tanto que no nos deja en paz y nos impulsa a emprender de nuevo el camino del desierto de la vida: Nos necesitan imperiosamente nuestros hijos; los pobres exigen su derecho a vivir con dignidad; los inmigrantes buscan nuestro bienestar, los enfermos reclaman nuestra atención, los presos ansían la libertad, a los ancianos les anima nuestra compañía y los hijos necesitan un hogar.
Necesitamos sentir de nuevo la sed del desierto, la que sintió el pueblo de Israel. Y, para aquellos que no sienten la presencia de Dios en sus vidas y se preguntan, como el pueblo de Israel, si está Dios con ellos o ya se ha olvidado de su pueblo, Dios realiza de nuevo el milagro en la roca de Horeb: hace brotar el agua que sacia la sed de vida eterna.
Pidamos a Dios Padre que intervenga una vez más a favor nuestro. Que la humanidad sienta una vez más sed de Dios y busque en él el agua que calma la sed de los sedientos de un mundo más humano, más justo y más en paz.
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