jueves, 30 de marzo de 2017

V DOMINGO DE CUARESMA - A

PROFECÍA DE EZEQUIEL 37,12-14:


Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago» -Oráculo del Señor.

COMENTARIO

La vida del hombre no se acaba, Dios la transforma en vida eterna.

Hoy de nuevo suenan con fuerza en nuestros oídos las palabras del profeta Ezequiel: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros». Es el mismo Dios quien infunde aliento a nuestra fe y estimula nuestra esperanza. El profeta se dirige a un pueblo desalentado, muerto, sin esperanza, que se siente olvidado de Dios, por su pecado. En el destierro de Babilonia no ve signos de un nuevo éxodo hacia la patria desolada. El profeta describe al pueblo como un montón de huesos esparcidos por todo el valle. Es Dios mismo quien se hace presente en esta visión desoladora del profeta y le hace contemplar la transformación de aquellos huesos, que se revisten de músculos y piel, y el Espíritu de Dios les devuelve la vida.

El tema de la muerte siempre ha estado presente en todas las situaciones, culturas y religiones del mundo. La muerte siempre ha inquietado al hombre y sigue siendo misterio preocupante, incluso en nuestros tiempos. De las palabras del profeta Ezequiel deducimos que la vida está en el Espíritu, es decir, en Dios.

Nuestro pecado consiste en no fiarnos de Dios. Sin embargo, de vez en cuando Dios sale a nuestro paso y, ante nuestras dudas, nos devuelve la esperanza. Hay que soñar, buscar con fe, como Ezequiel y nuestra fe vacilante se afianzará. Dios Padre volverá a infundir en nosotros su soplo (Espíritu) de vida eterna.
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