Isaías 50,4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de
iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me
espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el
oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me
apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante
ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por
eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
COMENTARIO
El tercer canto de Isaías inaugura la
Semana Santa.
En estos poemas, el profeta describe con
riqueza de imágenes el sufrimiento del Siervo de Yahvé. Fija su atención en el rostro
desfigurado, sin duda la parte del cuerpo humano donde con más crudeza resaltan
las marcas de los castigos corporales a los que se ve sometido.
La comunidad cristiana ve en el Siervo la
figura más clara que podía probar su defensa de Jesús como el Mesías esperado.
Difícilmente el pueblo judío podría aceptar esta imagen, humillada hasta el
extremo, como la representación del Mesías, para ellos, dominador, que con su poder divino vendría a
instaurar la justicia y la paz, reinando con majestad sobre todos los pueblos.
Para el cristiano la figura de Jesús
juzgado, condenado y ejecutado en una cruz era exactamente el cumplimiento de
las profecías del Siervo descrito por el profeta Isaías.
Partiendo de estos relatos del Siervo, el
pueblo cristiano comenzará a redactar el primer relato evangélico: la Pasíón.
El mensaje que nos transmite este pasaje
al mundo de hoy sigue siendo el mismo que el de los primeros tiempos del
cristianismo. La fuerza transformadora, salvadora del mundo radica en la
mansedumbre, frente a la aparente todopoderosa violencia. El creyente está
llamado a anunciar el mensaje de salvación, manifestado en el Hijo de Dios,
respondiendo a los insultos con palabras de conciliación, presentando la otra
mejilla, amando a los enemigos, perdonando siempre las ofensas, respondiendo al
mal con el bien y rogando al Padre también por sus perseguidores.
Dispongámonos,
en estos días de la Semana Santa, a contemplar la Cruz: necedad para los no
creyentes, objeto de burla para los judíos, pero redención y salvación para los
que creemos en Jesús como el Cristo, el Mesías salvador, el Esperado.
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