jueves, 6 de abril de 2017

DOMINGO DE RAMOS - A

Isaías 50,4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

COMENTARIO

El tercer canto de Isaías inaugura la Semana Santa.
En estos poemas, el profeta describe con riqueza de imágenes el sufrimiento del Siervo de Yahvé. Fija su atención en el rostro desfigurado, sin duda la parte del cuerpo humano donde con más crudeza resaltan las marcas de los castigos corporales a los que se ve sometido.
La comunidad cristiana ve en el Siervo la figura más clara que podía probar su defensa de Jesús como el Mesías esperado. Difícilmente el pueblo judío podría aceptar esta imagen, humillada hasta el extremo, como la representación del Mesías, para ellos,  dominador, que con su poder divino vendría a instaurar la justicia y la paz, reinando con majestad sobre todos los pueblos.
Para el cristiano la figura de Jesús juzgado, condenado y ejecutado en una cruz era exactamente el cumplimiento de las profecías del Siervo descrito por el profeta Isaías.
Partiendo de estos relatos del Siervo, el pueblo cristiano comenzará a redactar el primer relato evangélico: la Pasíón.
El mensaje que nos transmite este pasaje al mundo de hoy sigue siendo el mismo que el de los primeros tiempos del cristianismo. La fuerza transformadora, salvadora del mundo radica en la mansedumbre, frente a la aparente todopoderosa violencia. El creyente está llamado a anunciar el mensaje de salvación, manifestado en el Hijo de Dios, respondiendo a los insultos con palabras de conciliación, presentando la otra mejilla, amando a los enemigos, perdonando siempre las ofensas, respondiendo al mal con el bien y rogando al Padre también por sus perseguidores.
Dispongámonos, en estos días de la Semana Santa, a contemplar la Cruz: necedad para los no creyentes, objeto de burla para los judíos, pero redención y salvación para los que creemos en Jesús como el Cristo, el Mesías salvador, el Esperado.
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