miércoles, 31 de mayo de 2017

PENTECOSTÉS - A

Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Enormemente sorprendidos, preguntaban:
–«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua».

COMENTARIO

En el relato de la creación del hombre del libro del Génesis, Dios infunde en el hombre un aliento de vida que le permite crecer, amar, vivir, dominar la creación... En el relato del día de Pentecostés que nos cuentan los Hechos de los apóstoles Dios Padre nos envía el Espíritu, que nos hace partícipes de la vida divina; nos llena de paz y alegría; y nos da el poder de anunciar el perdón de los pecados.
Hay un cuadro, de autor desconocido, que refleja muy acertadamente la escena que se produjo en aquel día de Pentecostés. Una inmensa multitud llena las calles de Jerusalén cercanas al templo. Se abrazan, saludan, sonríen, bromean: Toda una imagen de un encuentro festivo, que se producía anualmente por Pentecostés en la ciudad de Jerusalén y que también el historiador judío Filón describía el año 33 de nuestra era.
Pues bien, en un día así –cuenta san Lucas- se hizo visible la presencia del Espíritu en medio de aquella multitud. Aquellos judíos y forasteros representaban a los diversos pueblos de la tierra. Todos ellos se maravillan de entender las palabras de aquellos galileos, a pesar de no ser en su propio idioma.
San Lucas nos describe así el poder del Espíritu. Se trata de una fuerza irresistible que desconcierta, porque no es como el poder de los dioses paganos, que llena de pavor y destruye todo lo que se pone en su camino incluido al ser humano. La fuerza del Espíritu, muestra este cuadro de autor desconocido, produce alegría, paz, mutuo entendimiento. La fuerza del Espíritu de Jesús une a la multitud, crea comunión y hermandad. Es una fuerza que anima a los deprimidos, estimula a la acción solidaria, cura a los enfermos, libera a los endemoniados y perdona a los pecadores.
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