ISAÍAS 55, 10-11
Esto
dice el Señor:
«Como
bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar
la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y
pan al que come, así será mi palabra, que sale de mí boca: no volverá a mi
vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo».
COMENTARIO
Estas
palabras del segundo Isaías están dirigidas a un pueblo que vive en la
esclavitud. Son momentos de desesperanza y desesperación. Nadie ve un futuro
liberador a corto ni a largo plazo. Es aquí donde resuenan con fuerza las
palabras del profeta Isaías que trata de avivar el ánimo de un pueblo hundido
psicológicamente. Nadie sabe hasta cuándo, ni siquiera se atreven a aventurar
un nuevo éxodo.
En
este momento de desolación, las palabras del profeta son agua fresca que alivia
la sed de liberación del pueblo, son brisa suave de mañana que alivia el calor
sofocante de la noche del alma: « Mi palabra, que sale de mí boca: no volverá a
mi vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo » -dice Yahvé.
Yahvé
ha pronunciado una palabra de liberación. Y es que el Dios de Israel, nuestro
Dios es un Dios compasivo, que con facilidad se compadece de nuestras
dolencias. Bástenos contemplar la actitud de Jesús, su hijo, para entender la
actitud de nuestro Dios. Jesús se conmueve ante la viuda de Naín tras el
féretro de su hijo y se lo devuelve a la vida. Jesús se conmueve ante las
lágrimas de Marta y María y resucita a Lázaro. Jesús se para en el camino de
Jericó y devuelve la vista al ciego. Jesús cura al paralítico que no puede
caminar. Jesús sana a los diez leprosos… « El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia » –reza el salmo 102.
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