Primer
libro de los Reyes 3, 5. 7-12
En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
- «Pídeme lo que quieras».
Respondió Salomón:
- «Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en
el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se
encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da
a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal
del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?».
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
- «Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas
ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y
gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no
lo ha habido antes ni lo habrá después de ti».
COMENTARIO
«Saber discernir y docilidad de corazón» es la petición que hace Salomón a
Yahvé.
Aquí está la clave de todo gobernante o dirigente de un grupo humano,
político o religioso.
El rey Salomón pide a Dios inteligencia para discernir y un corazón dócil
para poder guiar a un pueblo tan numeroso. Su petición no es egoísta: no pide
tranquilidad, comodidad, riquezas, victoria sobre los enemigos, poder, honores
de rey, gloria…
A Dios le agrada esta petición y le concede una inteligencia como no la ha
habido hasta entonces ni la habrá jamás –afirma el autor sagrado.
¡Qué distinto es el panorama que observamos en nuestro mundo de hoy!
Quienes aspiran a dirigir a una nación buscan el poder, gobernar por encima de
todo; quien gobierna una empresa aspira a enriquecerse. Lo mismo podemos
afirmar de quienes aspiran a los primeros puestos en los distintos grupos
políticos, sociales o religiosos. Naturalmente que no todos son así: no todos
aspiran a enriquecerse, a ser reverenciados, aplaudidos y tratados con honores.
Son muchos los que buscan servir con inteligencia, lealtad y auténtico espíritu
de servicio. Sin embargo, tenemos la sensación de que predomina el gusto por el
poder y el enriquecimiento personal. Las noticias de corrupción nos sorprenden
cada mañana y la ceguera que la ambición provoca en nuestros dirigentes les
impide preocuparse de las necesidades más urgentes de sus súbditos.
El rey Salomón se nos presenta como ejemplo de prudencia, de sabiduría y
generosidad con el pueblo que Yahvé le manda gobernar.
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