jueves, 5 de octubre de 2017

XXVII DOMINGO ORDINARIO - A

LIBRO DE ISAÍAS 5, 1-7
Voy a cantar a mi amigo el  canto de mi amado por su viña.
Mi amigo tenía una viña en  un fértil collado.
La entrecavó, quito las  piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar.
Esperaba que diese uvas,  pero dio agrazones.
Ahora, habitantes de  Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más podía hacer yo por  mi viña que no lo hubiera hecho?
¿Por qué, cuando yo esperaba  que diera uvas, dio agrazones?
Pues os hago saber lo que haré con mi viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada. La convertiré en un eril: no la podarán ni la escardarán, allí crecerán zarzas y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor del universo es la casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos derecho, y ahí tenéis: sangre derramada; esperaba justicia, y ahí tenéis: lamentos.

COMENTARIO

Isaías, además de ser profeta, era un gran poeta. De aquí, este hermoso texto poético y profético. A nadie le quepa duda que quedó escrito también para nosotros, hombres del siglo XXI. Jesús lo recordó en su tiempo para los pastores y dirigentes del pueblo judío. Hoy también nos sirve a nosotros para meditar acerca de nuestro trabajo en la viña del Señor, que es el mundo, que es nuestra propia nación, ciudad y familia…
Aunque está dirigido principalmente a los pastores: papa, obispos, sacerdotes, catequistas; sin embargo, también es provechoso para cada uno de los que nos consideramos seguidores de Jesús, el Buen Pastor.
Todos somos responsables de que el evangelio se extienda por el mundo y llegue a todos el anuncio del plan salvador de Dios. Todos hemos de esforzarnos cada día por transmitir la Buena Noticia del evangelio con nuestras palabras y sobre todo con nuestro testimonio de vida.
Por nuestra falta de coherencia, nuestro mal ejemplo son muchos los que abandonan la fe y otros no encuentran las razones para preguntarse si merece la pena creer o no.
Cuentan los historiadores paganos de los primeros tiempos del cristianismo que eran muchos los no creyentes que se admiraban del comportamiento de aquellos primeros cristianos y acudían a la salida de la celebración de la eucaristía dominical porque les llamaba la atención la alegría que transmitían sus rostros.
Pues bien, de eso se trata también hoy. Los sacerdotes y todos los que tenemos la misión más específica de ayudar a los fieles a comprender el evangelio, debemos leerlo, estudiarlo, meditarlo e interiorizarlo; luego nuestro testimonio ha de ser consecuente con el anuncio de nuestra fe. Asimismo, el resto del pueblo creyente ha de esforzarse por leer, escuchar e interiorizar el mensaje evangélico y vivir una vida acorde con su fe.
Isaías termina su canto a la viña lamentándose del escaso fruto, a pesar de los cuidados del viñador. El desenlace es el esperado: «Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
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