LIBRO DE
ISAÍAS 5, 1-7
Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña.
Mi amigo tenía una viña en un fértil collado.
La entrecavó, quito las piedras y plantó buenas cepas; construyó en
medio una torre y cavó un lagar.
Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones.
Ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sed
jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no lo hubiera hecho?
¿Por qué, cuando yo esperaba que diera uvas, dio agrazones?
Pues os hago saber lo que haré con mi
viña: quitar su valla y que sirva de leña, derruir su tapia y que sea pisoteada.
La convertiré en un eril: no la podarán ni la escardarán, allí crecerán zarzas
y cardos, prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor del universo es la
casa de Israel y los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos
derecho, y ahí tenéis: sangre derramada; esperaba justicia, y ahí tenéis:
lamentos.
COMENTARIO
Isaías,
además de ser profeta, era un gran poeta. De aquí, este hermoso texto poético y
profético. A nadie le quepa duda que quedó escrito también para nosotros,
hombres del siglo XXI. Jesús lo recordó en su tiempo para los pastores y
dirigentes del pueblo judío. Hoy también nos sirve a nosotros para meditar
acerca de nuestro trabajo en la viña del Señor, que es el mundo, que es nuestra
propia nación, ciudad y familia…
Aunque
está dirigido principalmente a los pastores: papa, obispos, sacerdotes,
catequistas; sin embargo, también es provechoso para cada uno de los que nos
consideramos seguidores de Jesús, el Buen Pastor.
Todos
somos responsables de que el evangelio se extienda por el mundo y llegue a
todos el anuncio del plan salvador de Dios. Todos hemos de esforzarnos cada día
por transmitir la Buena Noticia del evangelio con nuestras palabras y sobre
todo con nuestro testimonio de vida.
Por
nuestra falta de coherencia, nuestro mal ejemplo son muchos los que abandonan
la fe y otros no encuentran las razones para preguntarse si merece la pena
creer o no.
Cuentan
los historiadores paganos de los primeros tiempos del cristianismo que eran
muchos los no creyentes que se admiraban del comportamiento de aquellos
primeros cristianos y acudían a la salida de la celebración de la eucaristía
dominical porque les llamaba la atención la alegría que transmitían sus
rostros.
Pues
bien, de eso se trata también hoy. Los sacerdotes y todos los que tenemos la
misión más específica de ayudar a los fieles a comprender el evangelio, debemos
leerlo, estudiarlo, meditarlo e interiorizarlo; luego nuestro testimonio ha de
ser consecuente con el anuncio de nuestra fe. Asimismo, el resto del pueblo
creyente ha de esforzarse por leer, escuchar e interiorizar el mensaje
evangélico y vivir una vida acorde con su fe.
Isaías termina su canto a la viña lamentándose
del escaso fruto, a pesar de los cuidados del viñador. El desenlace es el esperado:
«Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un
pueblo que produzca sus frutos».
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