jueves, 12 de octubre de 2017

XXVIII DOMINGO ORDIANRIO - A

ISAÍAS 25, 6-10a
Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo - lo ha dicho el Señor -.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre este monte la mano del Señor».

COMENTARIO

La imagen de la boda se emplea con frecuencia en la Biblia. La boda era, sin duda para aquellos hombres orientales el mejor símbolo de la felicidad. Sabemos de la gran importancia de la celebración de una boda: se preparaban con esmero y mucho tiempo. Luego los festejos duraban días –una semana como símbolo de plenitud-.
El profeta Isaías no es ajeno a este lenguaje simbólico. Sitúa el banquete, el encuentro festivo, en el monte Sión donde se asienta el Templo, lugar predilecto del encuentro del pueblo con Dios.
Este encuentro será una fiesta, un festín, que hará olvidar todas las penas y hasta la misma muerte será aniquilada. Dios en persona enjugará las lágrimas de los afligidos y aniquilará todo dolor.
El velo que impide la visión y el acceso a los paganos se arrancará para que también el resto de los pueblo tenga la posibilidad de contemplar y acudir a la fiesta del banquete: La promesa de la salvación es universal.

El pueblo de Israel es el encargado de llevar este mensaje al resto de los pueblos de la tierra con estas palabras del profeta Isaías: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado».
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