ISAÍAS 25,
6-10a
Preparará el Señor del
universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares
suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos, el lienzo extendido sobre todas las
naciones.
Aniquilará la muerte para
siempre.
Dios, el Señor, enjugará
las lágrimas de todos los rostros, y alejará del país el oprobio de su pueblo -
lo ha dicho el Señor -.
Aquel día se dirá: «Aquí
está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos ha salvado. Este es el Señor en
quien esperamos. Celebremos y gocemos con su salvación, porque reposará sobre
este monte la mano del Señor».
COMENTARIO
La imagen de la boda se
emplea con frecuencia en la Biblia. La boda era, sin duda para aquellos hombres
orientales el mejor símbolo de la felicidad. Sabemos de la gran importancia de
la celebración de una boda: se preparaban con esmero y mucho tiempo. Luego los
festejos duraban días –una semana como símbolo de plenitud-.
El profeta Isaías no es
ajeno a este lenguaje simbólico. Sitúa el banquete, el encuentro festivo, en el
monte Sión donde se asienta el Templo, lugar predilecto del encuentro del
pueblo con Dios.
Este encuentro será una
fiesta, un festín, que hará olvidar todas las penas y hasta la misma muerte
será aniquilada. Dios en persona enjugará las lágrimas de los afligidos y
aniquilará todo dolor.
El velo que impide la
visión y el acceso a los paganos se arrancará para que también el resto de los
pueblo tenga la posibilidad de contemplar y acudir a la fiesta del banquete: La
promesa de la salvación es universal.
El pueblo de Israel es el
encargado de llevar este mensaje al resto de los pueblos de la tierra con estas
palabras del profeta Isaías: «Aquí está nuestro Dios. Esperábamos en él y nos
ha salvado».
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