CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS TESALONICENSES 2 7b-9. 13
Hermanos:
Nos portamos con
delicadeza, entre vosotros, como una madre que cuida con cariño de sus hijos.
Os teníamos tanto que
deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias
personas, porque os habíais ganado nuestro amor.
Recordad, hermanos,
nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no ser gravosos a
nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios.
Por tanto, también
nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios
que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en
verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes.
COMENTARIO
Este
texto de la carta de Pablo a los cristianos de Tesalónica nos sugiere dos reflexiones.
En
primer lugar, como en tantas otras ocasiones, Pablo se pone a sí mismo como
modelo de pastor entregado, hasta el límite de sus fuerzas, a su tarea de
evangelizar y cuidar de los fieles que se le han encomendado. En Pablo vemos
las cualidades que ha de tener el sacerdote de nuestros días.
Tradicionalmente, el pueblo cristiano se ha dirigido al sacerdote
con el nombre de ‘Padre’, todo un símbolo de lo que siempre ha representado
para él. Hoy se va perdiendo esta costumbre, pero que no sea porque el
sacerdote ha dejado de ser padre para sus parroquianos.
El
pastor, afirma Pablo, debe cuidar con cariño y delicadeza de los fieles como
una madre de sus hijos; es más, el buen pastor debe estar dispuesto a entregar
su propia vida por sus ovejas y estas deben facilitar que esta entrega total
sea posible porque responden con agradecimiento a sus desvelos (nuestros
sacerdotes son humanos y necesitan también del cariño y reconocimiento de los
fieles). Pablo les recuerda sus esfuerzos y fatigas, de los que sin duda ya son
conscientes; no obstante, Pablo sabe de la importancia y necesidad de exponer
sus trabajos y fatigas, porque los hombres con frecuencia olvidamos los
beneficios obtenidos.
En segundo lugar, Pablo siente la necesidad de
dar gracias él también a Dios Padre porque los cristianos de Tesalónica han
acogido su palabra, no como palabra de Pablo, sino como palabra de Dios. Pablo sabe
de su torpeza como orador y los tesalonicenses, por lo que parece, también son
muy conscientes de que aquella palabra torpe encierra un mensaje de vida, que
viene de Dios y así la aceptan. Es por todo esto por lo que la palabra de Dios
produce su fruto en aquella comunidad de cristianos.
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