jueves, 9 de noviembre de 2017

XXXII DOMINGO ORDINARIO - A

Tesalonicenses 4, 13-17
Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos.
Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar.
Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire.
Y así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

COMENTARIO

«Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras: estaremos siempre con el Señor». Este parece ser el mensaje con el que nos podemos quedar de este pasaje de la carta de san Pablo a los tesalonicenses. Lo demás es secundario y viene envuelto en la mentalidad y creencias propias del tiempo.
Hay, pues, que mantenerse vigilantes, atentos a la venida del Señor. Los creyentes, los que esperamos en el Señor viviendo como él nos aconseja en el evangelio estamos con las lámparas encendidas y bien surtidas de aceite para mantener la llama viva.
Es, sin duda, un mensaje de esperanza para aquellos primeros cristianos que comenzaban a cansarse de esperar la venida del Señor, que consideraban inminente; así se lo había asegurado Pablo.
Es ahora el mismo Pablo quien les invita a no dormirse, pero a ser conscientes de que el Señor ya ha venido, o mejor, no se ha ido: «Estaremos siempre con el Señor» -les recuerda Pablo.
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