miércoles, 6 de diciembre de 2017

II - ADVIENTO - B

ISAÍAS 40, 1-5. 9-11
«Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos - ha hablado la boca del Señor- ».
Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres».

COMENTARIO

Este texto es parte de ese hermoso canto de consolación que el segundo Isaías dirige al pueblo desterrado en Babilonia. Se trata de un profeta nuevo para tiempos nuevos, que lleva el nombre de su maestro. Surge este profeta en un momento y situación desesperada del pueblo: Todas las promesas de la Alianza se habían roto. Este profeta lanza su mensaje de esperanza de una nueva alianza. Yhavé no ha olvidado a su pueblo predilecto, porque Dios no puede dejar de ser fiel, a pesar de la infidelidad del pueblo.
Particularmente este mensaje de esperanza también se dirige hoy a nosotros y podemos reavivarlo en cada situación dolorosa que se presente en nuestra vida. La Palabra de Dios es válida para los hombres de todos los tiempos, pues todos somos hijos del mismo Padre.
Son palabras de consolación y esperanza que vienen acompañadas de una invitación a emprender de nuevo el camino de conversión.
El profeta habla de preparar un camino al Señor que viene a rescatar a su pueblo. De esto se trata. Hemos de rebajar los montes de nuestra soberbia y altivez, de creernos más que los demás, los predilectos, despreciando a los que no son como nosotros: más pobres, con menos virtudes, con más pecados, con menos cualidades. Hemos de elevar los valles de nuestros ánimos ante la vida; abandonar el pesimismo, la desilusión, la crítica destructora de lo que acontece en nuestro entorno. Se nos invita a recuperar la ilusión, las utopías del cristianismo primitivo, pues la obra de salvación es tarea de Dios. Finalmente hemos de enderezar los caminos tortuosos que hemos construido con el paso de los años. Al comienzo de nuestra vida se nos puso en la senda recta que conducía a la casa del Padre, pero con el tiempo la hemos abandonado, porque nos atraían más las promesas y expectativas que nos ofrecía el mundo.
Nuestro Dios, que parecía dormido, ha despertado como de un profundo sueño y se pone al frente de su pueblo como un pastor precede y guía a su rebaño.
Son hermosas la imágenes que utiliza el profeta para dar ánimo a un pueblo deprimido bajo la opresión del imperio babilónico.

Hoy estas mismas imágenes se nos ofrecen a los creyentes para que nos reincorporemos a la senda abandonada. Es tiempo de conversión y de esperanza, pues es Dios Padre quien nos acompaña desde el inicio de un nuevo año litúrgico.
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