miércoles, 20 de diciembre de 2017

IV DOMINGO DE ADVIENTO

II Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16

Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al profeta Natán:
-«Mira, yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda».
Natán respondió al rey:
«Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo».
Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
-«Ve y dile a mi siervo David:
"Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?
Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que los malvados lo aflijan como antes, cuando nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel.
Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Y, cuando tus días se hayan cumplido, y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre"».

COMENTARIO

Este texto del II Samuel encierra una teología mesiánica, de la que se servirían los profetas. Hay otro tema más sencillo de comprender y tal vez ha pasado más inadvertido a la teología, o quizás no ha interesado tanto exponer porque implica cambiar muchos comportamientos y actitudes en la vida. Se trata del silencio de Dios, del obrar callado, pero eficaz de Dios en la historia de la salvación del hombre.
Ciertamente que es más vistoso e impresiona más ensalzar la grandeza de la realeza del Hijo de Dios. El profeta Natán se presenta ante el rey David y le dice: «Te haré grande, te daré una dinastía, afirmaré la descendencia que saldrá de tus entrañas… Tu casa y tu reino durarán por siempre». El profeta está hablando del futuro Mesías, el Hijo de Dios, que nacerá de su estirpe. Tal vez por acentuar tanto esta parte de la profecía, el pueblo de Israel pasó por momentos difíciles en su larga historia de espera, en los que no era fácil mantener la fe de que el Mesías nacería de la estirpe de David.
Hoy el evangelio de este día nos ayudará a apreciar más ese otro aspecto de la profecía que contiene este texto de Samuel. A la mañana siguiente de haber anunciado el profeta Natán al rey David el futuro grandioso que le esperaba a su reino y a su descendencia, le sorprende con este texto, al que se ha prestado poca atención:
«Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
-«Ve y dile a mi siervo David: “Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?”».
Dios renuncia a vivir en un templo magnífico, entre oro y boato. Dios renuncia a mezclarse entre intereses político-religiosos. Dios quiere vivir en medio del pueblo, como ha venido viviendo durante los cuarenta años que pasó entre el pueblo en una sencilla tienda de nómada.
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