ISAÍAS 42,
1-4.6-7
Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a
quien sostengo; mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu,
para que traiga el derecho a las naciones: No gritará, no clamará, no voceará
por las calles.
La caña cascada no la
quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no
vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra y sus leyes,
que esperan las islas.
Yo, el Señor, te he
llamado con justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho
alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los
ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan
en tinieblas».
COMENTARIO
En este texto profético se
nos dibuja la imagen perfecta del Mesías. Así lo ha visto la Iglesia y así nos
lo presenta hoy para nuestra reflexión. Se trata de una fotografía perfecta de
lo que luego será la vida de Jesús; por ello, es importante descubrir los
rasgos que caracterizan al Siervo para acertar a contemplarlos en la figura de
Jesús en el evangelio.
Comienza el profeta
invitándonos a fijarnos en la figura del Siervo, a quien Yahvé sostiene con la
fuerza del Espíritu.
Inicia su descripción
descartando cualquier rasgo negativo que pueda afear su conducta: No
despreciará el aliento de vida por débil que este sea, ni apagará la luz a
punto de extinguirse: no se impondrá por la fuerza de su voz ni por la potencia
de su brazo.
¿Cuál será su pedagogía de
actuación? Será fiel, actuará con firmeza y sus preferidos serán los pobres,
los indefensos, los encarcelados, los que no le ven sentido a su vida, los
excluidos, los que no se sienten amados por nadie…
En el texto evangélico de este
día, será el Padre quien nos presente a su Hijo Predilecto y nos invitará a
escucharlo y contemplar sus signos prodigiosos.
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