SAN MATEO 24, 37-44
- Cuando venga el Hijo del Hombre,
pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se
casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban,
llegó el diluvio y se los llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo
del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo
dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la
dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de
casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir
un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la
hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.
COMENTARIO:
«Visión de Isaías, hijo de Amós». Así comienza Isaías a lanzar su imaginación
al viento y tejer un paraíso soñado para su pueblo Israel. Tal vez sea esto lo
que nos falta a los hombres de nuestro tiempo y, en particular, a los
cristianos: Nos falta imaginación o carecemos por completo de ella, porque
nuestra esperanza apenas ilumina las tinieblas de nuestro mundo. Son muchos,
pero aún insuficientes los creyentes pletóricos de esperanza navegando en la
barquilla de su imaginación por el revuelto mar del mundo, reavivando la
ilusión perdida por tantos hombres. Necesitamos luces de esperanza que
deslumbren nuestro mundo con su luz, nuevos Isaías, hombres ilusionados, llenos
de paz, serenidad, armonía, compasión y perdón.
Hoy san Mateo nos invita a la
vigilancia. Para un cristiano estar vigilante es estar esperanzado, pletórico
de ilusión, optimista de la vida; porque se sabe salvado, redimido, amado por
Dios Padre. ¿Pero quedará algo de esta fe, que avive nuestra esperanza, cuando
vuelva el Hijo del Hombre? Jesús lo ponía en duda (Lc 18, 8).
Los israelitas, de peregrinación hacia
la Ciudad Santa de Jerusalén, se olvidaban del sufrimiento y penalidades del
camino ante la visión de la grandiosidad del Tempo en el que habitaba Yahvé, y
prorrumpían en cantos de alegría como el salmo 121 que rezábamos entre
lecturas: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”! Ya
están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén».
Para el cristiano, el comienzo de un
nuevo año litúrgico debe significar un rearme de ilusión; se trata de recargar
las pilas para que nuestra lámpara alumbre el mundo con mayor brillo. Solo así
seremos creíbles y tal vez nos pregunten por qué en medio de tantas desgracias
humanas, en un mundo que se derrumba sobre nuestras cabezas, nos mantenemos en
pie ante la venida del Hijo del Hombre.
Ahora bien, preguntémonos si realmente
deseamos que el Señor venga, que llegue ya la plenitud de la vida que tanto
añoramos. Si no es así, es que nos sentimos satisfechos con lo que somos y
tenemos, despreocupados de los demás e incluso de nosotros mismos. El auténtico
discípulo de Jesús es el que cree que el Reino ya se ha hecho presente en este
mundo, pero aún no en su plenitud y, por lo tanto, no puede dejar de trabajar
para que sea una realidad que el mundo
alcance la paz y hermandad soñadas por
el Señor.
La invitación de san Mateo a vivir
preparados significa vivir ilusionados, esperanzados en nuestra tarea diaria de
sembrar la paz y hermandad entre todos los hombres, sintiéndonos seguros en
manos de Dios Padre.
San Pablo invita a los cristianos de
su tiempo a estar despiertos, siendo conscientes del momento en el que viven.
Revestíos del Señor Jesucristo –les dice–, comenzando por desvestirse de
envidias, borracheras, comilonas y toda clase de desenfrenos; en una palabra,
vivir con dignidad. Esta es una buena forma de prepararnos ante la proximidad
de la Navidad.
María nos acompaña a lo largo del
adviento, tiempo de espera y esperanza: Ella esperó y alumbró al Hijo de Dios.
¡Avivemos nuestra lámpara de fe ante la inminente llegada del Hijo de Dios a
nuestras vidas!
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