jueves, 5 de diciembre de 2019

INMACULADA

Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

COMENTARIO

¿En qué iglesia de nuestra nación no hay un altar dedicado a venerar a la Madre de Dios, bajo la advocación de la Inmaculada? Será difícil encontrarlo si es que lo hay. La Inmaculada fue proclamada patrona y protectora de España desde el año 1644. El pueblo español siempre le ha tenido especial devoción y nuestros mejores pintores, escultores y poetas nos han dejado sus mejores cuadros, esculturas y poemas, reflejando la belleza que les transmitía su gran imaginación: purísima, sin mancha, llena de gracia, sin pecado original.
Las lecturas de este día nos describen dos mujeres: el libro del Génesis nos habla de la primera mujer, Eva, la madre de la humanidad. El evangelio nos presenta a María, la segunda Eva, la que con su “sí” a Dios pone en marcha la redención de la humanidad.
El autor sagrado del libro del Génesis nos desvela, ya desde el comienzo de su relato, la gran misericordia de un Dios, que se revela como Padre rebosante de compasión. Dios no maldice ni a Adán, nuestro primer padre, ni a Eva, de la que descendemos todos, incluida María, la madre de Jesús. Dios maldice únicamente a la serpiente, representación del mal.
Así pues, ¿qué celebramos en este día de la Inmaculada?
Celebramos que Dios Padre nos ha llamado a la vida divina. Dios Padre no abandona a sus criaturas ni en los momentos más trágicos de nuestra historia humana. Intuimos con el autor del Génesis que Dios Padre no nos maldecirá jamás por mucho que nos hundamos en el lodazal del mal, pues somos sus hijos, y él es «Dios y no hombre, el Santo en medio de ti»(Os 11, 9).
Celebramos la decisión de Dios Padre a enviar a su hijo al mundo por medio de una mujer, haciéndose uno de nosotros para recuperarnos a todos.
Celebramos que Dios Padre se ha fijado en uno de nosotros, en María –la Inmaculada, la Llena de Gracia, la Sin Mancha– para iniciar la historia de nuestra redención.
Celebramos en la santidad de María la meta a la que nos llama Dios Padre a todos sus hijos.
Celebramos y pregustamos en la Inmaculada Concepción –la Purísima– la meta máxima de la santidad que podemos alcanzar y que nuestros mejores artistas y poetas han plasmado en sus representaciones gráficas y escritos.
No dejemos que esta fiesta se pierda en el olvido. Del mismo modo que jamás olvidaríamos a nuestra madre que nos trajo a este mundo, tampoco olvidemos a la madre que con su “sí” nos engendró para el cielo.
Eduquemos a nuestros hijos, a nuestros nietos y a nuestros educandos en las virtudes que adornan a nuestra Madre Purísima. Hoy no resulta una tarea fácil proponer estas virtudes, que no están de moda: la santidad, la limpieza del corazón y del espíritu, la entrega total e incondicional que expresa el “sí” de María a la voluntad de Dios y la fidelidad mantenida durante toda la vida.
Enseñemos a rezar y recemos: Dios te salve, María, llena de gracia; el Señor está contigo. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores.
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