Lucas
1, 26-38
En aquel
tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de
David; el nombre de la virgen era María.
El ángel,
entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se
turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le
dijo:
«No temas,
María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo,
el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de
Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo
al ángel:
«Cómo será
eso, pues no conozco varón?».
El ángel le
contestó:
«El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente
Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que
llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María
contestó:
«He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel
se retiró.
COMENTARIO
¿En
qué iglesia de nuestra nación no hay un altar dedicado a venerar a la Madre de
Dios, bajo la advocación de la Inmaculada? Será difícil encontrarlo si es que
lo hay. La Inmaculada fue proclamada patrona y protectora de España desde el
año 1644. El pueblo español siempre le ha tenido especial devoción y nuestros
mejores pintores, escultores y poetas nos han dejado sus mejores cuadros, esculturas
y poemas, reflejando la belleza que les transmitía su gran imaginación:
purísima, sin mancha, llena de gracia, sin pecado original.
Las
lecturas de este día nos describen dos mujeres: el libro del Génesis nos habla
de la primera mujer, Eva, la madre de la humanidad. El evangelio nos presenta a
María, la segunda Eva, la que con su “sí” a Dios pone en marcha la redención de
la humanidad.
El
autor sagrado del libro del Génesis nos desvela, ya desde el comienzo de su
relato, la gran misericordia de un Dios, que se revela como Padre rebosante de compasión.
Dios no maldice ni a Adán, nuestro primer padre, ni a Eva, de la que
descendemos todos, incluida María, la madre de Jesús. Dios maldice únicamente a
la serpiente, representación del mal.
Así
pues, ¿qué celebramos en este día de la Inmaculada?
Celebramos
que Dios Padre nos ha llamado a la vida divina. Dios Padre no abandona a sus
criaturas ni en los momentos más trágicos de nuestra historia humana. Intuimos
con el autor del Génesis que Dios Padre no nos maldecirá jamás por mucho que
nos hundamos en el lodazal del mal, pues somos sus hijos, y él es «Dios y no
hombre, el Santo en medio de ti»(Os 11, 9).
Celebramos
la decisión de Dios Padre a enviar a su hijo al mundo por medio de una mujer,
haciéndose uno de nosotros para recuperarnos a todos.
Celebramos
que Dios Padre se ha fijado en uno de nosotros, en María –la Inmaculada, la
Llena de Gracia, la Sin Mancha– para iniciar la historia de nuestra redención.
Celebramos
en la santidad de María la meta a la que nos llama Dios Padre a todos sus
hijos.
Celebramos
y pregustamos en la Inmaculada Concepción –la Purísima– la meta máxima de la
santidad que podemos alcanzar y que nuestros mejores artistas y poetas han
plasmado en sus representaciones gráficas y escritos.
No
dejemos que esta fiesta se pierda en el olvido. Del mismo modo que jamás
olvidaríamos a nuestra madre que nos trajo a este mundo, tampoco olvidemos a la
madre que con su “sí” nos engendró para el cielo.
Eduquemos
a nuestros hijos, a nuestros nietos y a nuestros educandos en las virtudes que
adornan a nuestra Madre Purísima. Hoy no resulta una tarea fácil proponer estas
virtudes, que no están de moda: la santidad, la limpieza del corazón y del
espíritu, la entrega total e incondicional que expresa el “sí” de María a la
voluntad de Dios y la fidelidad mantenida durante toda la vida.
Enseñemos a rezar y recemos: Dios te salve, María, llena de gracia; el
Señor está contigo. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores.
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