Mateo 10, 37-42
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el
que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no
carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la
encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe,
recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta,
tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo,
tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de
estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá
su recompensa».
COMENTARIO
En el texto bíblico de la primera lectura de hoy llama la atención
la forma misteriosa de actuar de Dios a través de los acontecimientos humanos
más sencillos de nuestra vida.
La mujer que atiende al profeta Eliseo no ha pedido nada al
profeta a cambio de su generosa y desprendida acogida. Podemos decir que es
esta la disposición que Dios Padre espera de nosotros: una total confianza en
él, sentirnos completamente amparados y protegidos en todo momento. Dios Padre
no se olvida de sus hijos y nos concede aún aquello que no nos atrevemos a
pedir –leemos en la Biblia.
Esta ha de ser nuestra actitud en la oración de petición a
Dios Padre. La mujer del relato del Libro de los Reyes se muestra totalmente
confiada en Dios. Es consciente de la protección de Dios en su vida, a pesar de
no haberle concedido uno hijo, como cualquier mujer israelita deseaba y
esperaba, para no sentirse abandonada o
maldecida por su dios. Ella no pide nada, se siente completamente feliz con lo
que es y tiene.
Dios Padre no puede hacer más de lo que ya está haciendo por
cada uno de nosotros. Solo desde esta actitud humilde y confiada es desde donde
podemos iniciar nuestra plegaria de petición, expresar a Dios Padre nuestros
deseos y necesidades. Es muy humano desahogarnos ante Dios, manifestar nuestras
dudas y preocupación porque a veces nos da la sensación de no ser escuchados.
Dios Padre nos comprende.
La mujer sunita se nos presenta como modelo de oración. Se
despreocupa de sí misma y está atenta tan solo a atender a aquel profeta, en el
que ve a un hombre de Dios. Y es precisamente desde esta actitud desde donde
Dios no se deja ganar en generosidad.
La catequesis que nos ofrece el evangelista san Mateo en el
texto evangélico de hoy camina en esta misma línea.
«El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá
recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá
recompensa de justo». La mujer que acoge al profeta Eliseo lo hace por ver en
él a un enviado de Dios, no por ser profeta o por ser santo, que esto es lo que
significa “justo”.
«El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de
agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os
digo que no perderá su recompensa». Así pues, cuando atendamos al necesitado
seamos conscientes que es a un hijo de Dios a quien atendemos, que es el mismo
Jesús quien está llamando a la puerta de nuestra generosidad. Nuestra acción no
quedará sin recompensa por pequeña que sea.
En la eucaristía celebramos la entrega total de Jesús
al Padre. Hagamos nosotros lo mismo. No quedaremos sin recompensa –nos asegura
Jesús.
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