martes, 24 de noviembre de 2020

I DOMINGO ADVIENTO - B

SAN MARCOS 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!

COMENTARIO

«¡Velad!». Este es el mensaje que san Marcos pretende grabar dentro de nosotros; lo repite insistentemente, para que lo interioricemos. Por lo tanto, debe ser muy importante en la vida del cristiano.

La vigilancia no ha sido nunca nuestro fuerte; más bien, la historia humana pasa casi inadvertida por delante de nosotros. Dios se nos hace presente en cada momento, se acerca a nosotros, nos saluda, nos presenta la necesidad del momento, se hace el encontradizo, hasta nos da un codazo de vez en cuando para sacarnos de nuestra indiferencia, comodidad o desilusión. Sin embargo, nosotros caminamos por la vida distraídos, no advertimos su presencia, y nos atrevemos a preguntarle en el día final de nuestra vida: ¿Cuándo te vimos desnudo, hambriento o en la cárcel y no te atendimos?

San Marcos nos invita a iniciar de nuevo el recorrido del año litúrgico en una actitud de vigilia permanente. Pienso que en nosotros no hay malicia; queremos ciertamente atender al Señor, esperamos su venida, pero son tantas las distracciones que nos presenta el mundo, particularmente en estos días próximos a la Navidad, que no vemos al Señor que se deja ver en los pobres y necesitados de la sociedad. Tal vez este año celebremos la Navidad con un sentido más cristiano: La preocupación por librarnos de la Covid-19 nos mantiene encerrados en nuestros hogares, y de este modo los acontecimientos festivos y adornos navideños nos distraigan menos y nos permitan centrarnos en la verdadera celebración cristiana de la Navidad: el nacimiento del Hijo de Dios, que se hace hombre, comparte nuestra historia humana y nos abre una vez más una ventana a la esperanza para que nos asomemos a ella y contemplemos el amanecer que Dios Padre nos ofrece nuevamente en nuestras vidas cansadas y tristes.

Un creyente debe mantenerse en vela, atento a los signos que Dios Padre nos envía cada mañana. Un cristiano vive siempre en espera y esperanza. El creyente es hombre de esperanza y espera activa, vigilante: en su casa deben encontrar un hogar los sin techo; un pedazo de pan, los hambrientos; los sedientos, un vaso de agua fresca; los desnudos, vestido con que abrigarse; los enfermos, ancianos y encarcelados, una visita y una atención; los desalentados, una palabra de ánimo; los peregrinos sin rumbo una compañía en el camino. Se trata de vivir las obras de misericordia. ¿A caso los creyentes de este siglo ya no practicamos las obras de misericordia como nuestros padres y abuelos? Entiendo que sí, pero hay tantas distracciones que nos impiden ver al Hijo de Dios que se encarna, que por eso también preguntamos: ¿Cuándo, Señor, te vimos sediento, hambriento, desnudo, sin hogar y no te atendimos?

Así pues, mantengámonos vigilantes, como nos recomienda san Marcos, para ver en todos los pobres y necesitados al Señor que también se hace presente entre nosotros en esta próxima Navidad y con signos más claros de pobreza y necesidad que en años anteriores.

El Señor se acerca; que no nos sorprenda dormidos una vez más. Vigilemos y estemos atentos. Que la eucaristía dominical sea nuestro faro en los momentos de oscuridad de nuestra vida.

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