miércoles, 4 de agosto de 2021

XIX DOMINGO ORDINARIO - B

Jn. 6, 41- 51).

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: "Yo soy el pan bajado del cielo", y decían:

- ¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?

Jesús tomó la palabra y les dijo:

- No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado. Y yo le resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios". Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: este ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

COMENTARIO

La actuación pedagógica de Dios para darse a conocer como un Dios Padre de todos se nos revela a lo largo de la historia de la humanidad por medio de sus profetas y de los textos bíblicos que quedaron escritos. 

Dios dice al profeta Jeremías: «Yo pongo mis palabras en tu boca». Con ello Dios nos está diciendo que él se hace presente en medio de nosotros y se hace cercano y comprensible en palabras humanas. Ya no es el dios enigmático y distante del hombre, que se manifiesta en medio de terribles relámpagos y densos nubarrones en la cumbre del monte Sinaí; el pueblo temeroso le pide a Moisés que sea él mismo quien les transmita el mensaje de Yahvé, porque temen morir ante aquellas terribles manifestaciones de poder y grandeza. Así sucede a partir de entonces y el pueblo comienza a conocer a Yahvé, su dios y a sentirse protegido y amado por él.

En la primera lectura de hoy el profeta Elías experimenta a Dios como fuerza que se le transmite a través del alimento: «Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios».

Sin embargo, no será hasta la llegada de Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, cuando Yahvé se nos manifieste tal y como es: Un dios que se conmueve ante el dolor humano, «Padre compasivo y misericordioso; lento a la ira y rico en clemencia» (Sal 102). Jesús nos dirá que es el Padre Misericordioso de la parábola del hijo pródigo,  la parábola de la misericordia (Lc 15).

Debemos decir que Dios se ha manifestado tal y como es desde el comienzo de la historia, pero que aún no lo hemos descubierto en su plenitud. La dificultad no está en Dios, sino en nuestra finitud.

Para facilitar esta mejor comprensión de Dios, san Pablo recomienda a Timoteo: «Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda paciencia y deseo de instruir». Es decir, san Pablo nos aconseja acoger, comprender, valorar, reconocer, aceptar a nuestros oyentes y hasta quererlos, porque también ellos transmiten las diversas sensibilidades de la presencia de Dios entre nosotros.

Sin embargo, es Jesús quien con más claridad nos muestra a Dios Padre. Él mismo se ofrece como palabra, testimonio de vida y alimento: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre».

Jesús nos invita a ser también nosotros «pan vivo»; es decir, no debemos conformarnos con transmitir el mensaje del evangelio con nuestras palabras, sino ofrecer el testimonio de nuestra vida, que rubrica nuestro mensaje. Es más, el Señor, nos invita a entregar nuestra propia vida por los otros. Es el testimonio que Jesús nos dejó. El apóstol Pablo se nos presenta también como ejemplo a seguir: «Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo» (1 Cor 11, 1).

En la participación dominical de la eucaristía, Jesús se nos ofrece como alimento que nos ayuda en nuestro caminar como cristianos cada día, del mismo modo que Yahvé ofrece pan y agua al profeta Elías para seguir su camino hasta el Horeb, monte de Dios.

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