miércoles, 22 de febrero de 2023

I DOMINGO DE CUARESMA - A

 Mateo 4, 1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

El tentador se le acercó y le dijo:

«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».

Pero él le contestó, diciendo:

«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».

Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice:

«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».

Jesús le dijo:

«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo:

«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».

Entonces le dijo Jesús:

«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».

Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

 

COMENTARIO

 

Nos dice Mateo que también el Señor fue tentado. ¿Qué hizo para no sucumbir?

San Mateo quiere animar a aquellas comunidades de cristianos de su tiempo, diciéndoles que también el hijo de Dios sintió las mismas tentaciones que ellos experimentaban, y su testimonio nos sirve para dar nosotros también la misma respuesta que dio el propio Jesús. Esto nos anima a afrontar las tentaciones con esperanza: Dios Padre está con nosotros.

San Mateo resume en tres las tentaciones de Jesús, lo mismo que nosotros podemos hoy agrupar nuestras tentaciones en esas mismas tres del evangelio de san Mateo.

El propio Jesús no encontró fácil la solución a los distintos problemas que se le presentaban cada día. Los fariseos le acosaban para cogerle en alguna trampa, y fundamentaban sus interrogantes con citas bíblicas bien tramadas, argumentando que el Mesías habría de hacer algún signo sensacional que dejara patente su identidad. Los discípulos más cercanos también pretendieron disuadirlo de su idea mesiánica: el propio Pedro, como líder del grupo, considera una locura que el Mesías deba morir en Jerusalén y mucho menos en una cruz, como malhechor. El grupo de íntimos de Jesús no solo desean tener el futuro asegurado, sino que incluso se peleaban por los primeros puestos en el futuro reino del Maestro.

Así pues, ¿a quién no le asalta la duda? ¿Estará Jesús equivocado? ¿Le estará hablando con claridad el Padre? ¿Cuál es, en verdad, la voluntad del Padre? Estos y otros muchos interrogantes se formuló con toda seguridad el propio Jesús, se los plantearon sus discípulos, se los hacía la primitiva comunidad y nos los hacemos hoy también nosotros: ¿Cómo hemos de comportarnos para ser sus dicscípulos?

San Mateo trata de aportar algo de luz en toda esta maraña de incertidumbres. Es necesario ser llevado al desierto (silencio) por el Espíritu y allí, lejos del ruido del mundo, escuchar la palabra del Padre; para de esta forma entender que el Hijo del Hombre ha venido al mundo a servir y no a ser servido, a transformar las dolencias humanas en situaciones de esperanza, a encarnarse en las miserias humanas (dolor y pecado) para, desde ahí, redimirlas y transformarlas en perdón y luz. Y la fuerza para todo esto se encuentra en el contacto con el Padre en la oración filial y en la escucha de su palabra.

«Convirtámonos a un diálogo abierto y sincero con el Señor». Citando la segunda carta a los corintios de san Pablo, resume así su contenido: «En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios». Entiendo que en ese diálogo abierto y sincero con Dios es donde podemos encontrar el camino de conversión.

Y, en ese encuentro íntimo con Dios Padre en el silencio de nuestro desierto personal, es bueno comenzar siempre nuestra oración con las palabras del profeta Samuel cuando era todavía un niño: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sa 3, 10).

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