Mt 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Si tu hermano peca, repréndelo a
solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace
caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por
boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si
no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un
publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en
la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra
quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de
vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre
del cielo.
Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
COMENTARIO:
Del texto de
san Mateo parece desprenderse que este va dirigido a una pequeña comunidad de
creyentes; no obstante, es válido para una gran comunidad e incluso para toda
la Iglesia.
Las primeras
comunidades cristianas eran grupos reducidos que se reunían cada domingo en
casa de uno de ellos para recordar los dichos y hechos de Jesús; al menos así
me imagino yo el comienzo del cristianismo y así se desprende del relato de
Lucas en los Hechos de los Apóstoles: Escuchaban el relato de los apóstoles, tal
vez leían alguna carta enviada a la comunidad, celebraban la Acción de Gracias
(Eucaristía) y atendían a las necesidades de los más pobres.
Las
manifestaciones masivas de fe, las celebraciones multitudinarias están bien
como broche a una vivencia personal o de pequeño grupo; pero no es ese el
cristianismo que renovará el mundo, que extenderá la fe por los diversos
rincones de la tierra. Estos eventos pueden ser un estímulo para seguir
adelante en nuestra vivencia del evangelio, pero no mucho más.
El futuro de
la Iglesia, del cristianismo tal vez nos lo está retratando hoy san Mateo en el
relato evangélico: pequeñas comunidades que viven intensamente su fe y la
proyectan en la sociedad en la que viven, transformándola.
Los
creyentes tenemos que volver a mirarnos en los primeros tiempos del
cristianismo: aquellas comunidades reducidas (reales o utópicas) que nos
describen los evangelistas, particularmente san Lucas en los Hechos de los
Apóstoles: comunidades con plena autoridad del Señor para perdonar y corregir
al hermano, con la eficacia de la plegaria en común ante el Padre y con la
presencia constante del Señor hasta el final de los tiempos.
Así pues, no
hemos de desanimarnos por ser pocos los que nos reunimos a participar en la
eucaristía. En ese pequeño grupo reside la fuerza de la transformación del
mundo. Las enormes catedrales, los amplios templos, construidos para albergar
grandes multitudes están vacías; lo importante es que la fe vivida en las
pequeñas comunidades de creyentes se mantenga siempre. Imaginemos las
celebraciones de fe de la Iglesia del futuro en pequeñas asambleas familiares.
Bastan dos o tres reunidos en el nombre del Señor, para ser escuchados por Dios
Padre –asegura san Mateo.
Sin duda,
que la fe de nuestros cristianos necesita de un proceso de purificación y
renovación. ¿Habrá que volver al inicio del cristianismo?
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