Mt 22, 15-21
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
- Maestro,
sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad
sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué
opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?
Comprendiendo
su mala voluntad, les dijo Jesús:
-
Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le
presentaron un denario. Él les preguntó:
- ¿De quién
son esta cara y esta inscripción?
Le
respondieron:
- Del César.
Entonces les
replicó:
- Pues
pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
COMENTARIO
San Pablo da
gracias a Dios en sus cartas a los cristianos de las iglesias por donde él ha
pasado anunciando el evangelio, porque le han hablado de la actividad
caritativa que ha producido aquella fe incipiente, que él dejó; del aguante de
la esperanza de aquellos buenos cristianos y del esfuerzo de su amor. Él
atribuye esta madurez en la fe a la fuerza del Espíritu y a su profunda
convicción.
Jesús, en el
relato del evangelio que hoy escuchamos, se duele de los fariseos, porque en
ellos, muy al contrario que en los cristianos de Tesalónica, solo hay
palabrería, pero les falta la convicción y la fuerza del Espíritu.
Efectivamente, Jesús admira a los fariseos por su conocimiento de la ley,
posiblemente también por su predicación al pueblo; sin embargo, les acusa de
ser sepulcros blanqueados, y al pueblo sencillo le aconseja que sigan su
doctrina, pero no su hipocresía en el vivir.
Una vez más
Jesús deja en evidencia a los fariseos ante el pueblo. No se presentan ellos
directamente ante el Maestro, se hacen representar por medio de unos discípulos
para dejar su imagen limpia ante el gentío. Su proceder y su pregunta no buscan
la verdad, tan solo coger en una trampa a Jesús. La acusación de ‘hipócritas’
es la adecuada a su proceder. La respuesta que da el maestro también es la
correcta y no admite réplica: la moneda es del César y debe retornar al César;
a su vez la moneda y el César son de Dios, y a Dios han de retornar ambos; pues
todo y todos venimos de Dios y a él estamos destinados a volver, como hijos de
él que somos. Él es un padre solícito, que cuida de todos sus hijos como un
pastor cuida de su rebaño y no permite que nadie le arrebate ninguna de sus
ovejas.
Evitemos la
actitud de los fariseos, que aparentan lo que no son, y buscan excusas de todo
tipo para no aceptar al hijo de Dios. Nuestra actitud ha de ser la de los
tesalonicenses: aceptar por la fe al Señor y dar fruto de buenas obras con la
fuerza del Espíritu Santo y el ejercicio constante del amor.
María, madre
de la entrega generosa, llévanos tú a Jesús.
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