Mt 22, 34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
- Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la
Ley?
Él le dijo:
- “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y
primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti
mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.
Jesús es consciente de que Dios Padre emplea variados
recursos pedagógicos para conseguir que su pueblo predilecto cumpla la Ley que
un día dictó en el Sinaí a Moisés, Ley que se resume en el amor a Dios y al
prójimo. Así en el libro del Éxodo el autor sagrado recoge algunos de los
medios pedagógicos que Yahvé le dicta: Amarás al forastero, porque forastero
fuiste tú en Egipto; te preocuparás del huérfano y de la viuda, porque si ellos
se quejan a mí de no ser atendidos, yo los escucharé y te dejaré a ti viudo y
huérfano. Así pues, se trata de usar de la misericordia con que uno ha sido
tratado antes y del temor a ser tratado con la misma moneda. Y es que el pueblo
de Israel era duro de cerviz y lento en superar su actitud vengativa, que
llevaba en los genes. Los profetas lo intentaron, pero con escaso o ningún
éxito.
Jesús lo vuelve a intentar: Lo importante es el amor;
al menos amar a los otros como uno se ama a sí mismo. Se trata de un nuevo paso
pedagógico en la superación del estricto cumplimiento de la Ley mosaica. Los
textos evangélicos son ricos en invitaciones a amar desinteresadamente, incluso
más que a uno mismo, llegando a la entrega de la propia vida a favor de los
otros, incluidos los enemigos. El propio Jesús así lo hizo.
Entre el pueblo creyente hay multitud de santos modelo
que siguieron el ejemplo del Maestro. Su vida nos estimula en el camino del
cumplimiento de la nueva ley del amor, predicada y vivida por el propio Jesús.
Aquí tenemos la síntesis de la ley divina: Amar no
solo como nos amamos a nosotros mismos, sino también despreciar la propia vida
a favor de quien nos la reclame. Así manifestaremos al mundo que somos
verdaderos hijos de Dios.
Con frecuencia la excesiva preocupación de ser fieles
a las diversas normas de nuestra religión nos impide poner en práctica la ley
del amor. Un exagerado rigorismo nos impide amar. Esto mismo les podía estar
pasando a los fariseos, perfectos conocedores de las leyes y posiblemente
buenos cumplidores de las mismas. Jesús denuncia este comportamiento erróneo de
su tiempo y hoy nos invita a revisar el nuestro, a la luz de sus palabras.
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