jueves, 2 de noviembre de 2023

XXXI DOMINGO ORDINARIO - A

 Mt 23, 1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:

- En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

 

COMENTARIO

La humildad: ¡Qué gran virtud! ¡Cuánto hablamos de ella! ¡No tenemos palabras suficientes para elogiar a los humildes y sencillos! Por otra parte, a todos nos agrada pasar por humildes ante los demás; inclinamos la cabeza ante nuestros interlocutores en señal de aceptación humilde, de ser poca cosa ante la persona que tenemos delante, o en relación de aquellas que destacan por su sabiduría, buen hacer, grandeza de corazón… Al observador fino no le pasa inadvertida nuestra falta de esa humildad de la que presumimos.

Jesús era humilde y observador fino; por ello dejó en evidencia a los escribas y fariseos de su falta de humildad. Observador atento de las personas, miraba y veía el interior del ser humano. Pronto advirtió al pueblo sencillo de la falta de sinceridad y humildad de los guías espirituales del pueblo de Dios: les gustaba presumir y aparentar, ser considerados en los banquetes, salían a la calle para ser reverenciados, apetecían los primeros puestos y les encantaba ser llamados maestros.

A primera vista, nos puede dar la sensación de que Jesús no era muy diferente de ellos: Uno solo es vuestro maestro y vuestro consejero. Una lectura más atenta y reflexiva nos hará caer en la cuenta de que la verdadera humildad no está en esconder las propias virtudes, cualidades o ciencia. El humilde es quien se acepta a sí mismo como es: sus cualidades, defectos, logros y fracasos; jamás alardea de lo que tiene o de lo que ha conseguido, pero sí lo pone al servicio de los otros. Efectivamente, Jesús es el único maestro que puede enseñar con autoridad por ser el hijo de Dios y ser consecuente con la enseñanza que transmite, entregando su vida por la salvación de todos. ¿Quién puede hacer las afirmaciones que él hace en este pasaje, fuera del propio hijo de Dios?

San Pablo, en la carta a los tesalonicenses también presume, con humildad, de cuidar de ellos como una madre a sus hijos queridos, porque se habían ganado su cariño. Si esto es cierto, ¿por qué no habría de decirlo? Sin embargo, no se vanagloria de su predicación ni de sus enseñanzas, sino que es consciente de que la palabra que él predica y enseña no es suya sino de Dios, que es quien toca y transforma el corazón humano; y esto también es humildad.

Así pues, vayamos por la vida con la cabeza bien alta, poniendo al servicio de los otros nuestras cualidades y ciencia; y no escondamos nuestros defectos y pecados, porque también nos engrandecen. Esto, me parece a mí, que es humildad.

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