Marcos 13, 33-37
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad
atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que
un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados
su tarea, encargando al portero que velara.
Velad
entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o
a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga
inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os
digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».
ADVIENTO – Una ventana abierta a
la esperanza
Comenzamos
un año nuevo en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia. A este inicio lo
llamamos Adviento.
Hace
una semana terminábamos las celebraciones litúrgicas del año que está a punto
de acabar.
Contemplando
el panorama que se nos ofrece de los acontecimientos pasados mirando por la
ventana de la fachada trasera de nuestro hogar que mira a la caída del sol, la
imagen nos puede resultar sombría, desoladora, ante la noche que se avecina.
Esperábamos
el final de una guerra en Europa y no parece llegar nunca, más bien corre el
peligro de enquistarse; al tiempo surgen otros conflictos de los que no se
vislumbra el final. Las economías familiares y nacionales lo acusan. Cada vez
más pobres vagan por nuestras calles, hacen colas más largas a las puertas de
los comedores sociales. Son más los que acuden a Cáritas, compran productos de
segunda mano o prescinden de los no necesarios; y las colectas de nuestros
templos y aportaciones de gente generosa no llegan a paliar tanta necesidad.
Los productos de primera necesidad suben también el precio; tenemos que reducir
el tiempo de nuestra calefacción y cada vez son más los que prescinden de ella.
Nuestro sueldo y nuestras pensiones ya no alcanzan a satisfacer nuestras
necesidades y menos aún nuestros caprichos: apenas llegamos a final de mes. El
panorama no es ciertamente alentador.
Ante
esta situación desoladora, el cristiano debe ofrecer al mundo una brisa de
renovada ilusión. Para ello contamos con este tiempo de adviento que nos
anuncia la Navidad, la presencia de Dios hecho hombre entre nosotros.
Abramos
la ventana de la fachada principal de nuestro hogar y contemplemos el sol
naciente de cada mañana, que nos trae un nuevo día y que nos anuncia que Dios
nunca muere, que no se ha olvidado de nosotros y nos invita a recuperar las
ilusiones perdidas y contagiar nuestra alegría y esperanza al mundo.
Cada
vez que un niño nace nos anuncia que Dios sigue apostando por el hombre. Cuando
un parado encuentra nuevo trabajo, es un nuevo brote de vida en la familia.
Cuando aportamos nuestra ayuda y compartimos nuestro bienestar, es una señal de
que Dios vive en nosotros y reparte entre todos con generosidad.
San
Marcos nos invita a estar atentos a estos signos de primavera: «Estad atentos, vigilad». Dios Padre no se ha olvidado de
nosotros. «Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá».
¿Qué hemos
de hacer? Multiplicar estos gestos de caridad y esperanza en nuestras familias,
en nuestra ciudad y más allá de nuestras fronteras. Contribuyamos, en la medida
de nuestras posibilidades a generar esperanza y alegría en nuestro mundo,
excesivamente hundido en el pesimismo.
La
eucaristía es celebración de nuestra esperanza de vida eterna y una invitación
a compartir, como en los primeros tiempos del cristianismo.
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