miércoles, 22 de noviembre de 2023

XXXIV DOMINGO ORDINARIO- A - CRISTO REY

 Mt 25, 31-46


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme".

Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?".

Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis".

Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis".

Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?".

Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

 

COMENTARIO

Cuentan que en una ocasión un soldado americano viajaba en un autobús por Suecia. En cierto momento se dirigió a su compañero de asiento y le comentó: “América es el país más democrático del mundo. Cualquier ciudadano puede ir a la Casa Blanca a hablar con su presidente y discutir los problemas con él”. Su compañero de asiento le contestó: “Eso no es nada, aquí en Suecia el rey y la gente viajan en el mismo autobús”.

Cuando bajó del autobús le comentaron que el que viajaba a su lado era el mismo rey de Suecia.

Con frecuencia vamos por la vida sin ser conscientes de que viajamos con el mismo Rey a nuestro lado. Dios no se aparta de nosotros nunca, aunque nosotros no lo advirtamos.

El domingo anterior recordábamos que Dios Padre nos había entregado unos talentos y que estos talentos no eran monedas destinadas a producir una rentabilidad, ni siquiera eran capacidades ni cualidades. El talento o talentos entregados por Dios Padre eran su bondad, como don gratuito; por lo tanto, no nos exigía nada a cambio. El Señor de la parábola del evangelio de san Mateo no es Dios Padre, del que Jesús nos habla constantemente.

Esta bondad es como una llama, que por pequeña que sea, es capaz de incendiar el mundo; es una llama destinada a expandirse por sí misma, basta que no la escondamos bajo un celemín, que la dejemos arder desde lo alto del candelabro: «He venido a prender fuego en el mundo, y ¡ojalá estuviera ya ardiendo!» (Lc 12, 49).

La bondad, el amor que representa esta llama son las obras de misericordia que hoy nos recuerda de nuevo el evangelista. Si dejamos que arda en nosotros esta llama, se expandirá en el mundo en forma de gestos de caridad, de entrega generosa a todos, en especial a los más desfavorecidos.

Hoy se nos recuerda que cuando llegue el final de nuestra vida terrena, el hijo de Dios, Rey del universo, recogerá en sus manos tantos gestos de bondad como hayamos sido capaces de realizar entre nuestros hermanos: dimos de comer al hambriento, vestimos al desnudo, acompañamos al que vivía solo, visitamos al enfermo y al preso en la cárcel; fuimos misericordiosos y compasivos, transmitimos paz, buscamos la concordia y el entendimiento, transmitimos confianza y alegría, aun cuando a veces el corazón sangraba por dentro. En una palabra, dejamos arder libremente la llama de bondad que llevamos con nosotros.

En fin, nuestra alegría final será mayor cuanto más fuego provocamos con nuestra lámpara encendida. 

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