Mc.9, 2-10
Se les
apareció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y
le dijo a Jesús:
- Maestro.
¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías.
Estaban
asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una
voz de la nube:
- Este es mi
hijo amado; escuchadlo.
COMENTARIO:
Las grandes
manifestaciones de Dios a los hombres suelen acontecer en la cumbre de los
montes. Así Yahvé se manifiesta a Moisés y al pueblo de Israel en el monte
Sinaí. Yahvé también se manifiesta a Abrahán en el monte Moria y al profeta
Elías en el Horeb. Los grandes mensajes de Jesús a la multitud también suceden
en la ladera del monte o en la barca de Pedro a la orilla del lago de Galilea.
Hoy Marcos
nos recuerda esa manifestación de Dios a un grupo reducido –Pedro, Santiago y
Juan– los apóstoles que la comunidad creyente tiene por los más representativos
del grupo de los doce. Algo importante nos quiere comunicar el evangelista
Marcos: en el monte Tabor podemos contemplar a Dios en el máximo esplendor de
su gloria, hasta donde el hombre es capaz de comprender.
En primer
lugar, san Marcos nos dice que Jesús, el Hijo de Dios, es quien nos refleja con
mayor claridad la grandeza de Dios. Jesús es la imagen más perfecta de Dios que
podemos llegar a captar. Por lo tanto, la conclusión a la que llega san Marcos
al final de su relato es evidente: «Este es mi hijo amado; escuchadlo».
San Marcos
encuentra, en la blancura de las vestiduras, la mejor imagen para representar
el rostro de lo divino reflejado en la humanidad. La visión de la blancura
divina deslumbra y atrae irresistiblemente: «Qué bien se está aquí» -dice
Pedro. Todos los que somos hijos de Dios por el bautismo llevamos esta blancura
de divinidad en nuestro interior. Nuestra tarea de cada día ha de ser
transfigurarnos, hacer visible esa divinidad a las personas con las que nos
encontramos cada día. Esto lo podemos hacer practicando las obras de
misericordia, que tanto se nos recomiendan en este tiempo de cuaresma. Así la
gente nos verá de un blanco deslumbrante y se sentirán imperiosamente atraídos
por nuestra forma de vivir; y Dios Padre podrá presentarnos como hijos suyos al
mundo que aún no cree o no ha tenido ocasión de conocerlo aún.
Junto a
Jesús aparecen otros dos personajes del Antiguo Testamento –Moisés y Elías–
conversando con él. San Marcos nos recuerda así que también los profetas del
pasado nos han revelado la grandeza de Dios y que todo lo que ellos dijeron del
Mesías esperado por el pueblo de Israel se cumple en Jesús. Los grandes
pintores de la cristiandad no han tenido dificultad en entender el mensaje de
san Marcos y así nos presentan a un Jesús resplandeciente de gloria y, a su
lado, los dos personajes bíblicos iluminados por la luz que irradian las
vestiduras de Jesús.
En la
invitación final de Marcos, «Este es mi hijo amado; escuchadlo», nos dice que a
partir de ahora es a Jesús a quien debemos escuchar y seguir. Los profetas nos
hablaban de Dios veladamente, pero ahora Jesús nos revela con claridad al
Padre.
Fiémonos
totalmente de Jesús. El camino de llegar al Padre es el que él nos indica en
sus palabras y en sus obras.
Que en esta
cuaresma nos decidamos a seguir a Jesús más de cerca. La oración y la
meditación del evangelio nos ayudarán.
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