miércoles, 21 de febrero de 2024

II DOMINGO DE CUARESMA - B

 Mc.9, 2-10


En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les apareció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

- Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:

- Este es mi hijo amado; escuchadlo.

 

COMENTARIO:

Las grandes manifestaciones de Dios a los hombres suelen acontecer en la cumbre de los montes. Así Yahvé se manifiesta a Moisés y al pueblo de Israel en el monte Sinaí. Yahvé también se manifiesta a Abrahán en el monte Moria y al profeta Elías en el Horeb. Los grandes mensajes de Jesús a la multitud también suceden en la ladera del monte o en la barca de Pedro a la orilla del lago de Galilea.

Hoy Marcos nos recuerda esa manifestación de Dios a un grupo reducido –Pedro, Santiago y Juan– los apóstoles que la comunidad creyente tiene por los más representativos del grupo de los doce. Algo importante nos quiere comunicar el evangelista Marcos: en el monte Tabor podemos contemplar a Dios en el máximo esplendor de su gloria, hasta donde el hombre es capaz de comprender.

En primer lugar, san Marcos nos dice que Jesús, el Hijo de Dios, es quien nos refleja con mayor claridad la grandeza de Dios. Jesús es la imagen más perfecta de Dios que podemos llegar a captar. Por lo tanto, la conclusión a la que llega san Marcos al final de su relato es evidente: «Este es mi hijo amado; escuchadlo».

San Marcos encuentra, en la blancura de las vestiduras, la mejor imagen para representar el rostro de lo divino reflejado en la humanidad. La visión de la blancura divina deslumbra y atrae irresistiblemente: «Qué bien se está aquí» -dice Pedro. Todos los que somos hijos de Dios por el bautismo llevamos esta blancura de divinidad en nuestro interior. Nuestra tarea de cada día ha de ser transfigurarnos, hacer visible esa divinidad a las personas con las que nos encontramos cada día. Esto lo podemos hacer practicando las obras de misericordia, que tanto se nos recomiendan en este tiempo de cuaresma. Así la gente nos verá de un blanco deslumbrante y se sentirán imperiosamente atraídos por nuestra forma de vivir; y Dios Padre podrá presentarnos como hijos suyos al mundo que aún no cree o no ha tenido ocasión de conocerlo aún.

Junto a Jesús aparecen otros dos personajes del Antiguo Testamento –Moisés y Elías– conversando con él. San Marcos nos recuerda así que también los profetas del pasado nos han revelado la grandeza de Dios y que todo lo que ellos dijeron del Mesías esperado por el pueblo de Israel se cumple en Jesús. Los grandes pintores de la cristiandad no han tenido dificultad en entender el mensaje de san Marcos y así nos presentan a un Jesús resplandeciente de gloria y, a su lado, los dos personajes bíblicos iluminados por la luz que irradian las vestiduras de Jesús.

En la invitación final de Marcos, «Este es mi hijo amado; escuchadlo», nos dice que a partir de ahora es a Jesús a quien debemos escuchar y seguir. Los profetas nos hablaban de Dios veladamente, pero ahora Jesús nos revela con claridad al Padre.

Fiémonos totalmente de Jesús. El camino de llegar al Padre es el que él nos indica en sus palabras y en sus obras.

Que en esta cuaresma nos decidamos a seguir a Jesús más de cerca. La oración y la meditación del evangelio nos ayudarán.

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