Jn 2, 13- 25
- Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me
devora».
COMENTARIO:
Difícilmente un pintor conseguiría reflejar en un lienzo la fuerza interior
que movió a Jesús a arremeter contra los cambistas y vendedores en el Templo.
¡Es imposible plasmar, en toda su fuerza, el impulso del Espíritu en el
interior del Hijo del Hombre! Sin embargo, la imagen le impresionó de tal
manera a Juan que la plasmó en el evangelio. Y tal fue el impacto en las
autoridades de Jerusalén que desde entonces decidieron la muerte de Jesús. ¿Qué
le impulsó a Jesús a actuar así? ¿Qué vio en la Casa de su Padre que le indignó
tanto? Al fin y al cabo, aquella pobre gente no hacía nada ilegal, es más
favorecía el cumplimiento de las ofrendas rituales.
Ahora volvamos la vista a nuestro siglo. Necesitamos que el Espíritu mueva
nuestro interior para entrar en nuestros templos interrogándonos con fuerza
divina: ¿Qué estáis haciendo con la Iglesia? ¿Qué estáis haciendo con
vosotros mismos, pues sois templos del Espíritu? ¿Es este el culto que Dios
Padre quiere de vosotros? ¿Hay conexión entre el culto que ofrecéis y
vuestra vida fuera del templo? ¿Vuestras acciones son acordes con las palabras
que escucháis en el templo cada domingo? Si conseguimos dar respuesta
satisfactoria a estas preguntas y emprendemos un camino de conversión, es
decir, de vuelta al evangelio, hemos dado sentido a nuestra Cuaresma.
En la segunda lectura de hoy, san Pablo nos presenta la Cruz como mensaje
de sabiduría para los hombres –creyentes o no– y piedad religiosa para los que
creemos.
Morir en la cruz por delitos contra la religión era considerado un
escándalo por los judíos; en cambio, a los sabios griegos el mensaje de la Cruz
les parecía una gran necedad.
El papa Benedicto XVI afirma que «para san Pablo la Cruz tiene un primado
fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto principal de su
teología, porque decir Cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda
criatura».
Así pues, parece que debemos entender que la salvación no está en las obras
conforme a la Ley, como creían los judíos; ni tampoco parece estar en el poder
del razonamiento, que tanto ponderaban los sabios griegos. Para san Pablo el
tema está claro: Jesús alcanzó la salvación para todos por su muerte en la
Cruz, algo que ni el exacto cumplimiento de la Ley, por parte de los judíos, ni
la ciencia de los griegos consiguió hasta el día de hoy.
Podemos aplicarnos el cuento en nuestro mundo actual. Para los hombres de
hoy la ciencia y su avance son quienes nos pueden conseguir la felicidad soñada
por el hombre; sin embargo, no parece que hasta ahora haya alcanzado tal
objetivo. Por otra parte, somos conscientes de lo poco que pueden hacer
nuestras obras. Por lo tanto, tendremos que admitir que tal vez la solución
esté en seguir el camino que nos indica san Pablo: el camino de la Cruz.
El camino de la Cruz no es otro que el de dar la vida por los demás,
incluyendo también a los enemigos. La Cruz habla de renuncia, de perdón, de
fidelidad, de valentía, de generosidad llevada hasta el extremo de dar la vida
por los otros. El Señor nos salvó en la Cruz y el camino de la Cruz es el
camino que tenemos que emprender para alcanzar la meta de la felicidad.
Así lo confesamos los creyentes en la aclamación eucarística después de la
consagración: «Por tu Cruz y Resurrección nos has salvado, Señor».
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