miércoles, 3 de abril de 2024

II DOMINGO DE PASCUA - B

 Jn.20, 19- 31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

-Paz a vosotros.

Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

-Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

- Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

-Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

-¡Señor mío y Dios mío!

 

COMENTARIO

 Un cristiano no practicante resultaría incomprensible para las primeras comunidades cristianas. Un cristiano que no vive su fe en una comunidad creyente no les cabría en la cabeza. Aquel primer grupo que ha visto al Señor resucitado tiene necesidad imperiosa de comunicar su experiencia personal con el resucitado al resto de la comunidad; cada uno cuenta al grupo cómo ha vivido ese momento de encuentro con Jesús Resucitado, que le ha llenado de paz, serenidad y gozo.

Ahora podemos entender que Tomás aparece dentro del grupo como un intruso: no ha visto aún al Señor resucitado, aún no le ha sido dada la fe. Y es que la fe es un don de Dios, quien lo da al que quiere y no la niega a quien se lo pide con esperanza y constancia; pero no olvidar tampoco que Dios tiene sus tiempos y sus caminos, que no coinciden necesariamente con los nuestros.

Siete días después, la fe de Tomás es tan firme que es como si lo hubiera visto con sus propios ojos y lo hubiera palpado con sus manos.

¿Quién de nosotros se atreve a afirmar que su fe es como la de Tomás? Ellos rebosan alegría y paz al encontrarse en la comunidad. Les imagino atropellándose las palabras unos a otros, porque todos hablan al tiempo queriendo comunicar su propia experiencia, que estalla en alegría desbordante. En cambio, ¡qué tristes, a veces, nuestros encuentros de los domingos! Hasta nos cuesta contestar a las invocaciones del sacerdote o acompañar con nuestras voces los cantos. No es así en nuestras fiestas familiares. ¿Por qué la gran mayoría de nuestras comunidades cristianas son tan tristes si nos sobran motivos para la alegría? Son preguntas que debemos hacernos.

Estos cincuenta días de pascua la Iglesia nos invita constantemente a vivir alegres porque tenemos motivos sobrados para ello: Jesús, el Señor Resucitado, nos da la esperanza de resucitar un día; así como Dios Padre lo resucitó a él, así nos resucitará también a nosotros. Esta es nuestra fe, que nos ayuda a vivir en la esperanza cierta de que el pecado, el dolor, las desgracias y hasta nuestras infidelidades para con Dios no son nuestro final, porque Dios Padre «enjugará toda lágrima, y ya no habrá más muerte ni habrá más llanto ni dolor» (Ap 21, 4). Nosotros no podemos, pero Dios Padre sí, y no nos dejará de su mano.

Nos preguntamos: ¿Por qué Dios Padre tarda tanto, por qué permanece callado ante tanto dolor, ante tanta desgracia como estamos viviendo? ¿Por qué no nos cura nuestras enfermedades? ¿Por qué no nos libra de nuestras miserias y pecados? ¿Por qué los más pobres siguen siendo los últimos en todo? ¿Por qué sigue triunfando el mal sobre el bien? ¿Por qué a los malos todo les sale bien y los honrados solo cosechan fracasos? ¿A qué espera Dios para actuar?

Los tiempos de Dios no coinciden con los nuestros: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos» (Is 55, 8). «Dejemos a Dios hacer de Dios» y todo nos irá bien.

Que estos días de pascua se fortalezca nuestra fe y se afiance nuestra esperanza en Cristo Resucitado.

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