miércoles, 10 de abril de 2024

III DOMINGO DE PASCUA - B

 Jesús le dijo: ¡María! (Jn 20, 11-13).

En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y como reconocieron a Jesús en el partir el pan (Lc. 23, 35-48).

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras (Lc 24, 35-48).

Jesús vino y se puso en medio de ellos, y les dijo: ‘Paz a vosotros’ (Jn 20, 19).

Jesús le dijo: ‘¿Porque me has visto has creído?’ (Jn 20, 29).

Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea (Mc 16, 12).

Por último, estando a la mesa, los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad (Mc 16, 14).

Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo (1 Cor 15, 8).

 

COMENTARIO:

Los evangelios insisten en el efecto que producían las apariciones del Señor Resucitado: todos los que han visto a Cristo resucitado se sienten impulsados a hablar de él, no pueden callar tal experiencia. Todos los que van siendo testigos de la Resurrección tienen necesidad imperiosa de proclamar a los demás que el Señor vive; es más no creen hasta que ellos mismos no han sido objeto de una ‘aparición’, o sea, hasta que no les ha sido dada la gracia de la fe: «Era verdad, el Señor se le ha aparecido a Simón».

Hoy son necesarios estos testigos de la Resurrección del Señor. Nuestra sociedad los necesita más que nunca, la propia comunidad cristiana tiene sed de ellos. Nuestras asambleas, reuniones, eucaristías están escasas de testigos de la Resurrección. Necesitamos obispos, sacerdotes, catequistas, cristianos que nos hablen de su experiencia de Cristo resucitado; tenemos sed de transmisores de vida de fe más que de teólogos o excelentes oradores en nuestras iglesias. Sin duda que cuando afirmemos con San Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí», entonces sentiremos la necesidad imperiosa de contar nuestra fe en el Resucitado en nuestra comunidad parroquial o en el mundo en el que compartimos trabajo y vida.

En estos cincuenta días de pascua será bueno que nos acerquemos al final de los evangelios, al libro de Los hechos de los apóstoles o a las cartas de san Pablo y de los otros apóstoles. Observemos con atención cómo llegaron ellos a creer en Jesús resucitado. Nos cuentan cómo llegó a ellos la fe, dónde les sorprendió el don de la fe.

Después de la muerte del Maestro, hay un primer momento de desconcierto, seguido de miedo, finalmente de desánimo y de huida o vuelta a su trabajo de antes de conocer a Jesús. Sin embargo, a un pequeño grupo de los discípulos les quedó una pequeña llama en su interior, como un deseo de que la desaparición de Jesús no fuera para siempre. Sacando del baúl de los recuerdos, comenzaron a recordar algunas de sus palabras que encontraban corroboradas en los profetas de las Escrituras. Y volvieron a juntarse, a reunirse como grupo. Y poco a poco van surgiendo las diversas narraciones de las apariciones del Resucitado.

En estas narraciones podemos encontrar también nosotros reflejada nuestra propia experiencia de Jesús resucitado en nuestra vida. Y será bueno que la encontremos, porque si no, la participación en la eucaristía dominical no nos dirá gran cosa, llevar una vida cristiana consecuente con la fe que profesamos será un tormento o una ‘necedad’, como pensaban los griegos en tiempos de san Pablo.

Jesús, en aquella ‘mañana de la Resurrección’, en ‘aquel atardecer del primer día de la semana’, en ‘el camino a una aldea o al trabajo’, en medio de ‘la reunión de la comunidad creyente’ o tal vez, como a Pablo de Tarso, ‘como en un aborto’, sigue manifestándose resucitado.

Tratemos de recordar en estos días pascuales cuándo, cómo y dónde Jesús Resucitado se nos manifiesta a nosotros.

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