Jn. 15, 1-8
Como el
sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el
que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis
hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se
seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y
mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis
discípulos míos.
COMENTARIO:
La imagen
del Buen Pastor nos hace sentir amados por Dios Padre, y la imagen de la vid
llega al culmen de la expresividad del amor que Dios nos tiene: Dios Hijo se
funde con nosotros de tal manera que cada uno de nosotros somos brotes de una
misma cepa, del propio Hijo de Dios.
El Señor
Resucitado es la Vid y nosotros los sarmientos que recibimos la savia de la
Vid. Esta planta es cuidada con verdadero esmero por el Padre, que es el
labrador. De tal modo cuida de cada sarmiento que cuando nos debilitamos nos
poda para vigorizarnos y dar así más y mejor fruto. Por nuestras venas corre
savia abundante del Resucitado.
¿Entonces
por qué hay tanto sarmiento decaído, desilusionado, seco, sin dar los racimos
esperados de ese cuidado tan esmerado del Labrador? ¿Será que no corre la savia
del resucitado por sus venas? ¿Tal vez se han desprendido de la Vid o rechazan
la savia que les aporta?
Al fin y al
cabo, nuestra única obligación es permanecer unidos a la Vid, con la lectura y
meditación frecuente de la Palabra y la recepción de los sacramentos,
particularmente la Eucaristía. El resto es tarea del Labrador.
San Juan
recurre a la imagen de la vid. Habla de la vid, que aporta savia abundante a
los sarmientos mientras estos permanecen unidos a la cepa principal, para dar
fruto abundante. De la vid brotan estos sarmientos; pero también brotan otros
sarmientos vigorosos, de hoja grande y de un verde intenso y brillante
–los agricultores los llaman chupones–, pero al no prometer fruto, el labrador
los corta para que no se alimenten de la savia de la cepa principal y resten
fruto a los otros sarmientos.
En aquellas
comunidades cristianas en las que abundan este tipo de sarmientos (chupones),
la vivencia cristiana se debilita y poco a poco muere.
Dios Padre
nos invita a todos a dar fruto, pues todos nos alimentamos de la misma savia,
Jesús Resucitado. Es nuestro deber alimentarnos con la savia de la Palabra de
Dios y el pan de la eucaristía cada domingo para luego dar testimonio de la fe
que compartimos y robustecemos cada vez que nos reunimos en la celebración
dominical. Ser buen cristiano no es apuntarse a una comunidad de creyentes el
día de nuestro bautismo y con eso ya estamos en el número de los seguidores de
Jesús, del mismo modo que un socio de un club se apunta y ya posee así todos
los derechos de miembro de ese club. En el número de los creyentes no puede
haber miembros pasivos, que únicamente reciben los beneficios de la comunidad y
ellos no aportan nada. Hay que dar fruto –nos dice Jesús–, pues recibimos savia
para dar fruto abundante de buenas obras.
Aprovechemos
esta hermosa imagen que nos brinda san Juan en su evangelio para aplicárnosla a
nuestra propia vida.
Nos recuerda
Benedicto XVI que «un camino para mantenerse unidos a Cristo, como sarmientos a
la vid, es recurrir a la intercesión de María». Vamos a iniciar el mes de
María, un buen momento para acudir a ella.
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