miércoles, 15 de mayo de 2024

DOMINGO DE PENTECOSTÉS - B

 Jn. 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

- Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

 

COMENTARIO:

Hoy es el día de Pentecostés. Se cumplen cincuenta días desde la celebración de la Pascua de la Resurrección.

Hoy es el día en el que celebramos la alegría de haber recibido el Espíritu en nuestras vidas. Jesús derrama su espíritu en cada uno de nosotros el día de nuestro bautismo. A parte de celebrar este gran acontecimiento en ese día, también lo celebramos hoy todos los cristianos.

Nos detenemos únicamente en los tres rasgos que nos relata san Juan en su evangelio.

Primeramente, situémonos en el contexto en el que se hace presente por primera vez el Espíritu Santo en aquella pequeña comunidad de discípulos de Jesús. El relato de Juan es muy rico en detalles e imágenes. Era el primer día de la semana (domingo); esto ya nos dice algo: es el día en que la comunidad cristiana se reúne a celebrar la eucaristía. Anochecía no solo materialmente sino también en el corazón de aquel grupo: la esperanza se desvanecía. Unos retornaban a su aldea, a sus trabajos de antes; todo había acabado. Habían sido casi tres años de experiencia de cielo, pero ya todo había terminado: un maravilloso recuerdo para el resto de su vida. Eran pocos los que aún mantenían cierta ilusión de que algo nuevo estaba para suceder. Y efectivamente sucedió en un momento inesperado, sin ruidos, sin sobresaltos, sin señales espectaculares: Jesús estaba allí en medio del grupo.

Aquella pequeña comunidad puede ser un reflejo de la nuestra. También nosotros estamos reunidos en oración; tal vez algo desilusionados con el rumbo que está tomando la vida cristiana, incluso en nuestra propia familia. Es bueno recordar que el Señor se hace presente en nuestra vida cuando estamos en oración y sobre todo cuando nos ve sin esperanza, anocheciendo; con temor e incluso miedo. Hoy, como entonces, derrama su espíritu sobre nosotros.

El Espíritu Santo, que se posa sobre nosotros, nos llena de sus dones. San Juan nos deja entrever algunos.

En primer lugar, la presencia de Jesús produce sosiego, paz en aquel grupo en oración: «Paz a vosotros». E inmediatamente su corazón se alegra, recobra la luz de la ilusión anochecida: «Se llenaron de alegría al ver al Señor».

En segundo lugar, el Señor fortalece su espíritu, «exhaló su aliento sobre ellos» y, con esta fuerza, los envía al mundo a anunciar la Buena Nueva.

En tercer lugar, les recuerda lo más importante de esa Buena Nueva: la misericordia, anunciar el perdón. Se trata de perdonar y perdonarse, ejercitar la misericordia sin límites, con todos, empezando por uno mismo: perdonarse uno a sí mismo y dejarse perdonar.

El papa Francisco nos deja este hermoso mensaje en su carta apostólica Misericordia et misera de 20 de noviembre de 2016, con motivo del jubileo de la Misericordia: «El perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su vida terrena, mientras estaba siendo crucificado, Jesús tiene palabras de perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”» (Lc 23,34).

En este día de Pentecostés abrámonos a los dones del Espíritu.

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