Jn. 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:- Paz a
vosotros.
Y, diciendo
esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
- Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
- Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
COMENTARIO:
Hoy es el
día de Pentecostés. Se cumplen cincuenta días desde la celebración de la Pascua
de la Resurrección.
Hoy es el
día en el que celebramos la alegría de haber recibido el Espíritu en nuestras
vidas. Jesús derrama su espíritu en cada uno de nosotros el día de nuestro
bautismo. A parte de celebrar este gran acontecimiento en ese día, también lo
celebramos hoy todos los cristianos.
Nos detenemos
únicamente en los tres rasgos que nos relata san Juan en su evangelio.
Primeramente,
situémonos en el contexto en el que se hace presente por primera vez el
Espíritu Santo en aquella pequeña comunidad de discípulos de
Jesús. El relato de Juan es muy rico en detalles e imágenes. Era el primer
día de la semana (domingo); esto ya nos dice algo: es el día en que la
comunidad cristiana se reúne a celebrar la eucaristía. Anochecía no
solo materialmente sino también en el corazón de aquel grupo: la esperanza se
desvanecía. Unos retornaban a su aldea, a sus trabajos de antes; todo había
acabado. Habían sido casi tres años de experiencia de cielo, pero ya todo había
terminado: un maravilloso recuerdo para el resto de su vida. Eran pocos los que
aún mantenían cierta ilusión de que algo nuevo estaba para suceder. Y
efectivamente sucedió en un momento inesperado, sin ruidos, sin sobresaltos,
sin señales espectaculares: Jesús estaba allí en medio del grupo.
Aquella
pequeña comunidad puede ser un reflejo de la nuestra. También nosotros estamos
reunidos en oración; tal vez algo desilusionados con el rumbo que está tomando
la vida cristiana, incluso en nuestra propia familia. Es bueno recordar que el
Señor se hace presente en nuestra vida cuando estamos en oración y sobre todo
cuando nos ve sin esperanza, anocheciendo; con temor e incluso miedo. Hoy, como
entonces, derrama su espíritu sobre nosotros.
El Espíritu
Santo, que se posa sobre nosotros, nos llena de sus dones. San Juan nos deja
entrever algunos.
En primer
lugar, la presencia de Jesús produce sosiego, paz en aquel grupo en oración: «Paz a vosotros». E inmediatamente su
corazón se alegra, recobra la luz de la ilusión anochecida: «Se llenaron de alegría al ver al Señor».
En segundo
lugar, el Señor fortalece su espíritu, «exhaló su aliento sobre ellos» y, con
esta fuerza, los envía al mundo a anunciar la Buena Nueva.
En tercer
lugar, les recuerda lo más importante de esa Buena Nueva: la misericordia,
anunciar el perdón. Se trata de perdonar y perdonarse, ejercitar la
misericordia sin límites, con todos, empezando por uno mismo: perdonarse uno a
sí mismo y dejarse perdonar.
El papa
Francisco nos deja este hermoso mensaje en su carta apostólica Misericordia
et misera de 20 de noviembre de 2016, con motivo del jubileo de la
Misericordia: «El perdón es el signo más visible del
amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No
existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor
que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su vida terrena,
mientras estaba siendo crucificado, Jesús tiene palabras de perdón: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”» (Lc 23,34).
En este día
de Pentecostés abrámonos a los dones del Espíritu.
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