miércoles, 28 de agosto de 2024

XXII DOMINGO ORDINARIO - B

 

Mc 7,1-8,14-15.21-23


En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las manos). (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:

- ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?

Él les contestó:

- Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:

- Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.


COMENTARIO

Con frecuencia nos olvidamos de lo fundamental y nos afanamos por hacer esencial lo que es secundario o incluso carece de importancia. Este defecto es muy común entre los humanos y con frecuencia caemos en él. El profeta Isaías y San Marcos nos dan un toque de atención: ¡Qué fácilmente olvidamos la ley del amor y nos aferramos a las normas convencionales! Estamos en unos días muy propicios para recordar de nuevo lo que quiere el Señor de nosotros: Amar, ayudando a los más necesitados. Se aproximan los días en que España, de modo particular, celebra las fiestas de la Virgen de septiembre, en una variedad incontable de advocaciones. Sin duda, que hay mucho que agradecer y pedir a la Virgen. No se puede negar la evidencia de grandes conversiones y multitud de gente sencilla que venera a la Virgen con un corazón sincero. Sin embargo, no sobran hoy las palabras del profeta y del evangelista, que nos advierten claramente que nuestro culto a la Virgen deja mucho que desear: si la vela que encendemos fervorosamente a María no es imagen de nuestra vida, que, encendida en amor, se va consumiendo lentamente en la entrega desinteresada a favor de los que reclaman angustiados y a gritos nuestra atención. El culto a la Virgen carece de sentido y nos perjudica enormemente, si hace que nos olvidemos de lo esencial: el ejercicio de la caridad. El amor a Dios, que es lo más importante, manifestado en estos días en nuestra veneración a la Virgen en sus variadísimas advocaciones, ha de probarse en la entrega generosa a los necesitados de ayuda. Particularmente en este tiempo tenemos multitud de ocasiones para ejercitarnos en hacer caridad. Hoy son muchos los ancianos y enfermos que pasan estos días solos. Ciertamente que no están olvidados por sus hijos o parientes próximos, pero con frecuencia se sienten aparcados en casa, en la residencia o en el hospital, porque para nosotros las vacaciones son sagradas y necesitamos disfrutarlas sin estorbos. De algo de esto nos está hablando san Marcos hoy en el texto evangélico escuchado. Fácilmente encontramos excusas para dejar de cumplir el mandamiento más importante del amor a Dios, que se practica en el ejercicio de caridad para con nuestros hermanos, sean o no de la familia. Todo lo demás es muy secundario, incluida nuestra sentida e imprescindible veneración a la Virgen en estos días tan señalados. El mejor culto que podemos ofrecer a María es la caridad para con nuestros seres queridos y otros que necesiten de nuestra ayuda o compañía. Todo lo demás, sin caridad, es un culto vacío de contenido.

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