Mc
7,1-8,14-15.21-23
- ¿Por qué
comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición
de los mayores?
Él les
contestó:
- Bien
profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan
está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un
lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
En otra
ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
- Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
COMENTARIO
Con
frecuencia nos olvidamos de lo fundamental y nos afanamos por hacer esencial lo
que es secundario o incluso carece de importancia. Este defecto es muy común
entre los humanos y con frecuencia caemos en él. El profeta Isaías y San Marcos
nos dan un toque de atención: ¡Qué fácilmente olvidamos la ley del amor y nos
aferramos a las normas convencionales! Estamos en unos días muy propicios para
recordar de nuevo lo que quiere el Señor de nosotros: Amar, ayudando a los más
necesitados. Se aproximan los días en que España, de modo particular, celebra
las fiestas de la Virgen de septiembre, en una variedad incontable de
advocaciones. Sin duda, que hay mucho que agradecer y pedir a la Virgen. No se
puede negar la evidencia de grandes conversiones y multitud de gente sencilla
que venera a la Virgen con un corazón sincero. Sin embargo, no sobran hoy las
palabras del profeta y del evangelista, que nos advierten claramente que
nuestro culto a la Virgen deja mucho que desear: si la vela que encendemos
fervorosamente a María no es imagen de nuestra vida, que, encendida en amor, se
va consumiendo lentamente en la entrega desinteresada a favor de los que
reclaman angustiados y a gritos nuestra atención. El culto a la Virgen carece
de sentido y nos perjudica enormemente, si hace que nos olvidemos de lo
esencial: el ejercicio de la caridad. El amor a Dios, que es lo más importante,
manifestado en estos días en nuestra veneración a la Virgen en sus variadísimas
advocaciones, ha de probarse en la entrega generosa a los necesitados de ayuda.
Particularmente en este tiempo tenemos multitud de ocasiones para ejercitarnos
en hacer caridad. Hoy son muchos los ancianos y enfermos que pasan estos días
solos. Ciertamente que no están olvidados por sus hijos o parientes próximos,
pero con frecuencia se sienten aparcados en casa, en la residencia o en el
hospital, porque para nosotros las vacaciones son sagradas y necesitamos
disfrutarlas sin estorbos. De algo de esto nos está hablando san Marcos hoy en
el texto evangélico escuchado. Fácilmente encontramos excusas para dejar de
cumplir el mandamiento más importante del amor a Dios, que se practica en el
ejercicio de caridad para con nuestros hermanos, sean o no de la familia. Todo
lo demás es muy secundario, incluida nuestra sentida e imprescindible
veneración a la Virgen en estos días tan señalados. El mejor culto que podemos
ofrecer a María es la caridad para con nuestros seres queridos y otros que
necesiten de nuestra ayuda o compañía. Todo lo demás, sin caridad, es un culto
vacío de contenido.
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