Mc 7, 31-37
- Effetá (esto es, "ábrete").
Y al momento se le abrieron los oídos,
se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no
lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia
proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
- Todo lo ha hecho bien; hace oír a los
sordos y hablar a los mudos.
COMENTARIO
Cuando san Marcos escribe su evangelio
ya había algunos creyentes duros de oído y mudos, no escuchaban ni anunciaban
el evangelio; sin embargo, san Marcos nos habla principalmente de los sordos y
mudos del mundo pagano.
Para hablar, primero hay que oír y
escuchar con atención. Esto nos lo enseña la propia experiencia humana. Aquí
San Marcos habla de la sordera y mudez del espíritu: sordos para escuchar el
evangelio y mudos para anunciarlo.
San Marcos recuerda el momento en el que
Jesús se dirige a la Decápolis, grupo de diez ciudades situadas al oriente del
río Jordán en territorio pagano, para anunciar la Buena Nueva.
También el Reino está abierto a los
paganos y también ellos pueden escuchar el mensaje de salvación y ser
transmisores del mismo; todo un escándalo para el creyente judío, quien se
creía en posesión exclusiva de la salvación y de su transmisión al mundo.
Jesús anuncia esta gran novedad con dos
imágenes muy claras: curando a un sordo, que además es mudo. De aquí la
exclamación final del texto de Marcos: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los
sordos y hablar a los mudos».
Este pasaje del evangelio es muy actual,
pues también hoy merodean los sordos y mudos del Evangelio. Sin embargo, están
necesitados de él, porque es el único que les puede salvar; al menos eso
creemos los cristianos.
Hay sordomudos de nacimiento, porque
nunca han oído hablar de Dios en el hogar: nunca han escuchado una sencilla
oración, nadie les ha dicho que Dios les ha dado la vida, nadie les ha enseñado
cómo dirigirse a él. Y si no han oído, difícilmente podrán anunciar lo que no
ha llegado a sus oídos.
En muchas familias cristianas de nuestro
mundo occidental predomina la mudez, bien porque también ellos son sordomudos
de nacimiento, o bien porque han adoptado una postura de silencio por temor,
por vergüenza, porque hoy no se lleva ya eso de hablar de Dios o rezar en
familia. Por esto es por lo que nosotros mismos podemos ser responsables de la
falta de fe.
Hoy el papa Francisco nos invita a salir
a las calles y a las plazas a anunciar el evangelio, a buscar a los sordos y
mudos de nuestra sociedad y curarles su sordera y, sobre todo, su miedo a
hablar a sus semejantes de la gran novedad de nuestro Dios que se nos revela,
en su hijo Jesús, como Padre lleno de amor filial hacia sus creaturas y de modo
particular hacia las más débiles.
Jesús encontró muchos sordos y mudos en
aquellas ciudades paganas, pero no se desanimó, a pesar de tenerse que emplear
a fondo para devolver a algunos la audición y el habla. Y no se trataba de un
gesto de magia o de un hábil curandero. Su gesto va precedido de una invocación
al Padre del cielo: «Y mirando al cielo, suspiró y dijo: “Effetá” (esto es,
“ábrete”)». Seguramente recordó las palabras de ánimo del profeta Isaías al
pueblo: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán».
Animémonos a ser trasmisores de la fe
que hemos recibido. También dirán de nosotros: «Todo lo ha hecho bien». Se
trata pues de romper nuestro silencio y volver a hablar de Dios sin miedo.
«¡Sed fuertes, no temáis!». Dios está
ciertamente con nosotros. Que la participación en la eucaristía sea nuestra
fortaleza.
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