miércoles, 4 de septiembre de 2024

XXIII DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 7, 31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron a un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó le lengua: Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

- Effetá (esto es, "ábrete").

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

- Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.


COMENTARIO

Cuando san Marcos escribe su evangelio ya había algunos creyentes duros de oído y mudos, no escuchaban ni anunciaban el evangelio; sin embargo, san Marcos nos habla principalmente de los sordos y mudos del mundo pagano.

Para hablar, primero hay que oír y escuchar con atención. Esto nos lo enseña la propia experiencia humana. Aquí San Marcos habla de la sordera y mudez del espíritu: sordos para escuchar el evangelio y mudos para anunciarlo.

San Marcos recuerda el momento en el que Jesús se dirige a la Decápolis, grupo de diez ciudades situadas al oriente del río Jordán en territorio pagano, para anunciar la Buena Nueva.

También el Reino está abierto a los paganos y también ellos pueden escuchar el mensaje de salvación y ser transmisores del mismo; todo un escándalo para el creyente judío, quien se creía en posesión exclusiva de la salvación y de su transmisión al mundo.

Jesús anuncia esta gran novedad con dos imágenes muy claras: curando a un sordo, que además es mudo. De aquí la exclamación final del texto de Marcos: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

Este pasaje del evangelio es muy actual, pues también hoy merodean los sordos y mudos del Evangelio. Sin embargo, están necesitados de él, porque es el único que les puede salvar; al menos eso creemos los cristianos.

Hay sordomudos de nacimiento, porque nunca han oído hablar de Dios en el hogar: nunca han escuchado una sencilla oración, nadie les ha dicho que Dios les ha dado la vida, nadie les ha enseñado cómo dirigirse a él. Y si no han oído, difícilmente podrán anunciar lo que no ha llegado a sus oídos.

En muchas familias cristianas de nuestro mundo occidental predomina la mudez, bien porque también ellos son sordomudos de nacimiento, o bien porque han adoptado una postura de silencio por temor, por vergüenza, porque hoy no se lleva ya eso de hablar de Dios o rezar en familia. Por esto es por lo que nosotros mismos podemos ser responsables de la falta de fe.

Hoy el papa Francisco nos invita a salir a las calles y a las plazas a anunciar el evangelio, a buscar a los sordos y mudos de nuestra sociedad y curarles su sordera y, sobre todo, su miedo a hablar a sus semejantes de la gran novedad de nuestro Dios que se nos revela, en su hijo Jesús, como Padre lleno de amor filial hacia sus creaturas y de modo particular hacia las más débiles.

Jesús encontró muchos sordos y mudos en aquellas ciudades paganas, pero no se desanimó, a pesar de tenerse que emplear a fondo para devolver a algunos la audición y el habla. Y no se trataba de un gesto de magia o de un hábil curandero. Su gesto va precedido de una invocación al Padre del cielo: «Y mirando al cielo, suspiró y dijo: “Effetá” (esto es, “ábrete”)». Seguramente recordó las palabras de ánimo del profeta Isaías al pueblo: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán».

Animémonos a ser trasmisores de la fe que hemos recibido. También dirán de nosotros: «Todo lo ha hecho bien». Se trata pues de romper nuestro silencio y volver a hablar de Dios sin miedo.

«¡Sed fuertes, no temáis!». Dios está ciertamente con nosotros. Que la participación en la eucaristía sea nuestra fortaleza.

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