miércoles, 11 de septiembre de 2024

XXIV DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:

- ¿Quién dice la gente soy yo?

Ellos le contestaron:

- Unos, Juan Bautista: otros, Elías, y otros, uno de los profetas.

Él les preguntó:

- Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Pedro le contestó:

- Tú eres el Mesías.

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirles:

- El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días.

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se le llevó aparte y se puso a increparle. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro:

- ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!

Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:

- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará.

 

COMENTARIO

Aquel día –nos cuenta Marcos– Jesús y sus discípulos más cercanos iban de camino hacia las aldeas de Cesarea de Filipo. En un momento determinado parece ser que a Jesús le tienta la curiosidad de saber qué piensa la gente de él. Se conoce que a Jesús sus más cercanos no le informaban de todo lo que se decía de él. En un momento de la conversación Jesús les sorprende con una pregunta que seguramente no esperaban: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Probablemente hubo más opiniones que las que Marcos nos deja aquí, a modo de resumen, como las más importantes para fortalecer la fe de aquellos primeros cristianos para los que escribe: Unos que eres Juan el Bautista, otros que Elías o uno de tantos profetas.

Por encima de todas esas opiniones está la profesión de fe de Pedro que sintetiza la fe de los seguidores de Jesús y, por supuesto, también la nuestra: «Tú eres el Mesías».

Si hoy Jesús nos hiciera esta pregunta a nosotros, ya no nos sorprenderíamos, porque la respuesta nos la sabemos, la tenemos bien aprendida: «Tú eres el Mesías», el Hijo de Dios, el que ha venido a salvarnos.

Hasta aquí todo correcto. También los apóstoles se sabían la respuesta, porque ya las Escrituras hablaban del Mesías y de su misión en este mundo.

Sin embargo, Jesús creyó necesario darles una pequeña catequesis, mientras iban de camino, acerca de lo que ello significaba y de lo que supondría también para todos aquellos que se decidieran a creer en él.

Para comprender a Jesús hay que ponerse en la perspectiva de Dios, hay que pensar como Dios no como los hombres –subraya Jesús.

Y sigue la explicación de Jesús: «El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

El apóstol Santiago nos hace más comprensible el mensaje de san Marcos: ¿De qué le sirve a un cristiano afirmar que Jesús es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios si esta afirmación no va acompañada de buenas obras? ¿Es tal vez esta proclamación de fe la que le va a salvar? De ningún modo –asegura Santiago.

¿Y cuáles son esas obras que tienen que acompañar nuestra profesión de fe? Santiago señala una a modo de ejemplo: Vestir al desnudo. El resto de las obras de misericordia las conocemos bien: visitar al enfermo, dar de comer al hambriento y de beber al sediento, dar posada al peregrino…

 Señor, graba en nuestra alma esta enseñanza y que el recuerdo y celebración de tu entrega por nosotros cada domingo nos dé fuerzas para ser tus fieles testigos hasta el final de nuestra vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario