miércoles, 18 de septiembre de 2024

XXV DOMINGO ORDINARIO - B

 Mc 9, 30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía:

- El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó:

-De que discutíais por el camino.

Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

- Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.

Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
- El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.

 

COMENTARIO:

 No cabe duda que los niños no pintan casi nada en lo que se refiere a la toma de decisiones de los mayores: su opinión apenas cuenta; aunque hoy se cede con relativa frecuencia a los caprichos de los más pequeños. Aún era peor en el mundo oriental en tiempos de Jesús. En el mundo oriental de los tiempos de Jesús los niños, los siervos y las mujeres no tomaban parte en las decisiones de la sociedad y pasaban casi inadvertidos.

Así pues, Jesús resulta un revolucionario peligroso porque pretende poner en primer plano en el Reino a los niños: «quien no se haga como un niño, no entrará en el Reino». «Quien acoge a un niño (…), me acoge a mí, y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».

De aquí es fácil concluir que hay que silenciar a este extraño profeta, porque su teoría sobre el nuevo orden social que pretende establecer resulta peligrosa: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo» –se decía ya en el libro de la Sabiduría (Sab 2, 12). Ahora ya no son solo las prostitutas y los pecadores los que nos precederán en el Reino, sino también los niños.

Jesús critica la estructuración social de su época, porque está basada, además de en la fuerza del más poderoso, en la envidia; y de la envidia, nos dice el apóstol Santiago: «Donde hay envidias y peleas, hay desórdenes y toda clase de males». Se ve que a Santiago le quedó grabada la lección que recibió de Jesús tras la discusión sobre la primacía en el nuevo Reino del Maestro.

Se trata pues de hacerse y ser siempre niños ante Dios Padre, asumir la actitud del niño ante sus padres: este entra, en el mundo, necesitado de todo y de todos; se fía totalmente de sus padres, se siente a salvo en su regazo, acepta por buena la educación que le dan, asimila su forma de hacer las cosas y lo toma como base de su comportamiento cívico y moral.

Además, sigue instruyendo Jesús a sus discípulos, el que acoge a un niño acepta al propio Jesús y, por lo tanto, al que le ha enviado, a Dios Padre.

Hoy admiramos la actitud del papa Francisco por la atención y preferencia que da a los países más pobres, a las clases sociales más desfavorecidas y a los jóvenes y niños. A los jóvenes les convoca con frecuencia para darles voz en la Iglesia en estos momentos complejos de la historia humana: –«Lo que me revienta son los jóvenes aburridos –les decía el 3 de septiembre de 2021–. Por favor, muévanse, hagan lío; si se equivocan, mala suerte, se levantan y siguen adelante, pero muévanse, no sean jóvenes aburridos». El papa sigue así el camino que nos marca Jesús en el evangelio de hoy: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». «El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí». Podemos deducir de esta última afirmación que el que escucha a un niño, también escucha al propio Jesús.

Es el mismo Jesús quien nos invita a participar en la eucaristía cada domingo. Nuestros jóvenes seguramente que también tendrán algo que decirnos sobre nuestras eucaristías dominicales. Que nuestra actitud sea la de acogida y escucha, como hacía Jesús.

El papa nos invita también a orar por ellos con estas palabras: Señor, que todos los jóvenes «sean testigos de la Resurrección y sepan reconocerte vivo junto a ellos, anunciando con alegría que tú eres el Señor».

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