miércoles, 29 de enero de 2025

LA PRESENTACIÓN

 Lucas 2, 22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la ofrenda, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

 

COMENTARIO

El 2 de febrero de cada nuevo año celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo. Un año más María y José nos presentan a Jesús en el Templo. Cada año nos recuerdan las palabras del anciano Simeón «Luz para alumbrar a las naciones y gloria de Israel».

En este 2025 en el que el papa nos invita a unirnos a la celebración gozosa del “Jubileo de la esperanza”, porque la esperanza es nuestro camino. A lo largo de este año habrá multitud de iniciativas y ocasiones que nos animen a unirnos a esta celebración.

El mundo, la sociedad y la misma Iglesia nos muestran, con excesiva frecuencia, un panorama poco estimulante. Las guerras que no auguran un fin próximo. Los inmigrantes tampoco ven un futuro prometedor ni para ellos ni para sus familias. La sociedad europea envejece a pasos agigantados y no muestra signos de querer aportar nuevas generaciones de jóvenes que la mantengan viva y conserven y perfeccionen la cultura, la religión, los avances sociales y de convivencia humana logrados hasta ahora por nuestros antepasados con un espíritu envidiable de generosidad y desprendimiento. Imperan el egoísmo, la envidia, la comodidad y adolecemos de espíritu de renuncia, esfuerzo y ascesis, nos cuesta compartir lo que nos sobra, y mucho más lo que necesitamos para nuestra propia supervivencia.

Con motivo de la conmemoración del 80 aniversario de la liberación del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, que tuvo lugar el lunes 27 de enero, el Papa Francisco reclamó que ni se niegue ni se olvide el Holocausto. Nos anima a vivir de esperanza en este año jubilar porque “el futuro es de Dios” –añade el papa.

Los presos de este campo de concentración nos aportan su testimonio de esperanza en aquellos días últimos y nos recuerdan que la esperanza se basa en la generosidad. En aquellos días últimos, a la comunidad judía le llegaba información de una próxima liberación, pues los aliados estaban ya muy cerca del campo de concentración. Esta ilusionante noticia les animó a compartir, entre todos, los chuscos de pan duro, que algunos guardaban para resistir. Este gesto sencillo de solidaridad salvó de una muerte segura a muchos. Y es que la generosidad es la base de la esperanza. «Construyamos juntos un mundo más fraterno, más justo, educando a los jóvenes a tener el corazón abierto a todos, en la lógica de la fraternidad, el perdón y la paz», añadió el papa en su mensaje de estos días.

Un año más Dios Padre, en un gesto supremo de generosidad, por medio de José y María nos presenta a su hijo para que avive nuevamente nuestra esperanza, porque el futuro, por negro que nos parezca, –nos recuerda el papa Francisco– es de Dios.

Que los cristianos contagiemos de esperanza al mundo en este año jubilar.

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