miércoles, 5 de febrero de 2025

V DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 5, 1-11


En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

-Rema mar adentro y echad las redes para pescar.

Simón contestó:

-Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.

Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red.

Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:

-Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.

Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo pasaba a Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, que eran compañeros de Simón:

-No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.

Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

COMENTARIO

La escena que describe san Lucas junto al lago de Genesaret resulta familiar, fácil de imaginar a quienes viven a orillas de la costa, en pueblos pesqueros. Allí basta acercarse al puerto a la hora del regreso de algún pequeño barco de pesca. Los pescadores amarran el barco al muelle, regresan a sus hogares cansados y desanimados de haber esperado durante horas de duro esfuerzo sin verse recompensados con una abundante pesca; y así uno y otro día. ¿Quién se atreve a decir a estos pescadores, de larga vida y experiencia en el mar: adéntrate de nuevo en el océano que ahora sí vas a llenar tus redes?

San Lucas nos dice que Jesús se atrevió a animar a Pedro, buen conocedor de las aguas y de la pesca del lago; y nos asegura que Pedro se fio de la palabra de Jesús y echó de nuevo las redes. El resultado ya lo conocemos.

Lucas nos está hablando de otra pesca: se trata de pescar para el Reino, para construir otro mundo mejor. Posiblemente a Lucas le tocó vivir momentos de desaliento en las comunidades cristianas: la fe no se extendía con la rapidez esperada; los que vivieron con el Señor ya iban desapareciendo; los milagros no abundaban como en los tiempos del Maestro, y en todo caso no producían el efecto de la fe en masa como en los primeros tiempos; en fin, que no era sencillo predicar el evangelio. ¿Qué hacer pues? Lucas recordó que Pedro le había contado que, en una situación similar y en la vida real de la pesca, el Maestro le invitó a echar de nuevo las redes y regresó a puerto con su barca y la de los socios repletas de peces. Y el Maestro no daba puntada sin hilo, no hacía los milagros así porque sí, que todos tenían una finalidad, y esta no era otra más que la del Reino; así que ahora era el momento de recordar aquel milagro y cobrar ánimo.

Los tiempos que vivimos los seguidores de Jesús no parecen diferentes a los de san Lucas. ¿Cuántos acuden a nuestras iglesias a escuchar la Palabra y participar en la eucaristía dominical? Cada vez son menos los que frecuentan la iglesia o se interesan por la fe cristiana; incluso la propia Iglesia es poco valorada por nuestros jóvenes; resulta tarea ardua encontrar catequistas, animadores, colaboradores en las parroquias; y los pocos que están, ¿cómo no desanimarse ante el resultado conseguido?

San Lucas nos invita a acordarnos otra vez del portentoso milagro del Maestro en el lago: echar una y otra vez las redes, fiarse totalmente del Señor como Pedro y tener una fe ciega en que el Reino avanza, aun cuando no apreciemos su avance. San Pablo lo dice con otras palabras: uno es el que siembra y otro el que recoge.

Así pues, ¡echemos de nuevo las redes cada jornada! Todos los creyentes somos pescadores del Reino. Todos estamos llamados a trabajar para que el Reino, con el que soñó Jesús, sea una realidad en el mundo.

Seamos también nosotros, discípulos del Señor, constructores del Reino. Que la eucaristía dominical sea nuestra fuerza para seguir en esta misión con esperanza.

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