miércoles, 12 de febrero de 2025

VI DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 6, 17, 20-26


En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedentes de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:

-Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo; porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!

¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.

 

COMENTARIO

Hoy el profeta Jeremías pone ante nuestros ojos dos hermosas imágenes que nos ayudarán a comprender y retener en nuestra memoria el mensaje del evangelista san Lucas: «Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua». «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia» (Jr 17).

Confiar en el hombre, apartado del camino que lleva a Dios, es de necios, es lo mismo que fiarse de los impíos; en cambio, quien se fía de Dios siente su protección, porque Dios «protege el camino de los justos» (Sal 1).

San Lucas piensa que el mundo se divide en dos grupos: de una parte, está el grupo de los sabios, de los piadosos, que son los pobres, los hambrientos, los que lloran, y los odiados; de otra, está el grupo de los necios, que son los ricos, los hartos, los que ríen y los que siempre son alabados. Estos dos grupos se ven reflejados en los textos de hoy del profeta Jeremías y el salmo 1.

Nosotros, buenos conocedores del evangelio de san Lucas, pero también con muchos años ya de experiencia humana y de vida en la tierra, nos las hemos arreglado para añadir un grupo más: el de simplemente “buenas personas”, pero nada más. Se trata del grupo que no molesta a nadie, el grupo de los indiferentes, de los del medio: no somos santos de altar, pero tampoco somos malvados, no hacemos mal a nadie. No somos pobres, pero tampoco nos consideramos tan ricos como para permitirnos el despilfarro de compartir demasiado; ciertamente que no corremos el peligro de morirnos de hambre, pero tampoco estamos hartos como los que acuden a restaurantes de lujo y exquisiteces; somos de los del fin de semana de movida, de pasarlo bien entre los amigos, pero durante la semana ya trabajamos para ganarnos el pan; y problemas, tampoco nos faltan. Procuramos no hablar de nadie para no crearnos enemistades; y “¿a cuento de qué voy yo a denunciar a nadie de sus injusticias, de su doble vida, de sus abusos, robos o mentiras?”. Pensamos: “Cada uno es dueño de su vida, yo respeto a todos y pido el mismo respeto para mí”. En una palabra, el pasaje de san Lucas no va para nosotros. Si leemos y meditamos de este modo el texto evangélico de este domingo, con un poco de imaginación podemos interpretar el resto de los textos evangélicos de manera parecida, según nos convenga.

San Lucas muy certeramente, nos invita a detenernos en meditar el último versículo del texto evangélico de hoy: «¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas». Este versículo es muy elocuente porque delata nuestra indiferencia y comodidad ante el sufrimiento de nuestros hermanos y esto nos situaría más próximos a los ricos, los hartos, los que disfrutan de la vida a costa de los que sufren. La señal evidente está en que nadie habla mal de nosotros, ni nos odia, ni busca nuestra ruina. El seguidor auténtico del Señor terminará como él, al menos esta es la enseñanza que se desprende de las palabras y vida de Jesús.

Señor, ayúdanos a descubrir tus caminos y plantar nuestras obras al borde de la acequia por donde discurre tu palabra de vida.

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