Lc 6, 17, 20-26
-Dichosos
los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
Dichosos los
que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los
que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos
vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban
vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y
saltad de gozo; porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo
que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de
vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!
¡Ay de
vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los
que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo
el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los
falsos profetas.
COMENTARIO
Hoy el
profeta Jeremías pone ante nuestros ojos dos hermosas imágenes que nos ayudarán
a comprender y retener en nuestra memoria el mensaje del evangelista san Lucas:
«Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un
árbol plantado junto al agua». «Maldito quien confía en el hombre, y busca el
apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la
estepa, que nunca recibe la lluvia» (Jr 17).
Confiar en
el hombre, apartado del camino que lleva a Dios, es de necios, es lo mismo que
fiarse de los impíos; en cambio, quien se fía de Dios siente su protección,
porque Dios «protege el camino de los justos» (Sal 1).
San Lucas
piensa que el mundo se divide en dos grupos: de una parte, está el grupo de los
sabios, de los piadosos, que son los pobres, los hambrientos, los que lloran, y
los odiados; de otra, está el grupo de los necios, que son los ricos, los
hartos, los que ríen y los que siempre son alabados. Estos dos grupos se ven
reflejados en los textos de hoy del profeta Jeremías y el salmo 1.
Nosotros,
buenos conocedores del evangelio de san Lucas, pero también con muchos años ya
de experiencia humana y de vida en la tierra, nos las hemos arreglado para
añadir un grupo más: el de simplemente “buenas personas”, pero nada más. Se
trata del grupo que no molesta a nadie, el grupo de los indiferentes, de los
del medio: no somos santos de altar, pero tampoco somos malvados, no hacemos
mal a nadie. No somos pobres, pero tampoco nos consideramos tan ricos como para
permitirnos el despilfarro de compartir demasiado; ciertamente que no corremos
el peligro de morirnos de hambre, pero tampoco estamos hartos como los que
acuden a restaurantes de lujo y exquisiteces; somos de los del fin de semana de
movida, de pasarlo bien entre los amigos, pero durante la semana ya trabajamos
para ganarnos el pan; y problemas, tampoco nos faltan. Procuramos no hablar de
nadie para no crearnos enemistades; y “¿a cuento de qué voy yo a denunciar a
nadie de sus injusticias, de su doble vida, de sus abusos, robos o mentiras?”.
Pensamos: “Cada uno es dueño de su vida, yo respeto a todos y pido el mismo
respeto para mí”. En una palabra, el pasaje de san Lucas no va para nosotros.
Si leemos y meditamos de este modo el texto evangélico de este domingo, con un
poco de imaginación podemos interpretar el resto de los textos evangélicos de
manera parecida, según nos convenga.
San Lucas
muy certeramente, nos invita a detenernos en meditar el último versículo del
texto evangélico de hoy: «¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es
lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas». Este versículo es muy
elocuente porque delata nuestra indiferencia y comodidad ante el sufrimiento de
nuestros hermanos y esto nos situaría más próximos a los ricos, los hartos, los
que disfrutan de la vida a costa de los que sufren. La señal evidente está en
que nadie habla mal de nosotros, ni nos odia, ni busca nuestra ruina. El
seguidor auténtico del Señor terminará como él, al menos esta es la enseñanza que
se desprende de las palabras y vida de Jesús.
Señor,
ayúdanos a descubrir tus caminos y plantar nuestras obras al borde de la
acequia por donde discurre tu palabra de vida.
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