miércoles, 26 de febrero de 2025

VIII DOMINGO ORDINARIO - C

 Lc 6, 39-45


En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:

—«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo», sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».


COMENTARIO

En el texto evangélico que se nos ofrece en este domingo, podemos extraer tres lecciones prácticas para nuestra vida. La primera de ellas: ningún discípulo es superior a su maestro. La segunda: primero hay que ser conscientes de los propios defectos antes de fijarse y tratar de corregir los errores ajenos. La tercera: no juzgar a nadie sin antes escucharle, porque de lo que esconde el corazón, habla la lengua y las obras de una persona nos descubren cómo es.

«Un discípulo no es más que su maestro». «¿Acaso un ciego puede guiar a otro ciego?». Esta sencilla advertencia del evangelio nos advierte contra el atrevimiento de pretender adoctrinar a otros sobre lo que aún nosotros no hemos puesto en práctica y hemos contrastado su eficacia en nuestra propia vida. Fácilmente nos dejamos guiar por la primera opinión, por las apariencias externas, por la extraordinaria elocuencia del hablante. Los medios de comunicación saben de esta nuestra debilidad: nos dejamos fácilmente guiar por una imagen impactante, por el bien hablar, por el nombre o fama.

«El fruto revela el cultivo del árbol», el libro del Eclesiástico nos lo   advierte. No nos debemos dejar guiar por la hermosura de las hojas tiernas que brotan en el árbol en la primavera, hay que esperar al otoño para apreciar el valor real del árbol cuando nos dé sus frutos.

«Uno solo es vuestro maestro» –dice Jesús a sus discípulos. Seamos especialmente conscientes de esta enseñanza, porque hoy somos fácilmente influenciables por la propaganda, por las imágenes llamativas, por la buena oratoria, por las ofertas atractivas de lo barato, de lo fácilmente alcanzable sin apenas sacrificio.

Hay una segunda enseñanza. «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?». Somos propensos a advertir de inmediato los defectos de los otros. Hay un mecanismo interno que salta automáticamente ante el más mínimo defecto de nuestros vecinos. Nos atrae poderosamente la murmuración, el chismorreo; tendemos incluso a agrandar los defectos de los otros. Es este un defecto del que el papa Francisco nos advierte con mucha frecuencia. Ciertamente que no es fácil de combatir. Hoy el evangelio de Lucas nos lo recuerda una vez más. Antes de hablar mal de nadie, hagámonos esta pregunta: “¿A quién beneficia?”. Si no beneficia a nadie y puede causar daño a otros, lo mejor es el silencio.

La tercera enseñanza se relaciona con esta segunda: «Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca». Es decir, antes de criticar debemos escuchar, porque la palabra es la expresión más sincera de lo que llevamos en el corazón. Sin embargo, el gusanillo que nos corroe por dentro nos incita a razonar maliciosamente: «De todos modos, algo habrá; cuando el río suena, agua lleva».

Que la palabra de Dios nos ayude a reflexionar en nuestra vida y pidamos al Señor, nuestro maestro y guía, que nos ilumine para ser capaces de ver nuestros propios defectos y admirar las virtudes de nuestros semejantes.

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