jueves, 5 de julio de 2018

XIV DOMINGO ORDINARIO - B

MARCOS 6, 1-6
En aquel tiempo, Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos.
Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?».
Y se escandalizaban a cuenta de él.
Les decía:
«No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa».
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe.
Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

COMENTARIO

«¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada? ¿Y esos milagros que realizan sus manos?».
En Nazaret, a Jesús sus paisanos le admiraban por su inteligencia, sus dotes de comunicador y sus milagros asombrosos; sin embargo se resistían a creer que de Nazaret pudiera surgir un gran profeta.
¿Qué nos quiere comunicar san Marcos a los cristianos de hoy con este relato? San Marcos observa que en algunas de aquellas primitivas comunidades de creyentes no se acepta el mensaje evangélico con independencia de quien lo transmita. A Pedro, Santiago, Juan… a cualquiera de los apóstoles, que vivieron al lado de Jesús, sí es fácil aceptar su mensaje –son dignos de ser creídos-, pero los que les siguen como nuevos apóstoles o evangelizadores ya no ofrecen las mismas garantías; y se hacen las mismas preguntas que los vecinos de Nazaret respecto a su paisano Jesús.: ¿Quién son estos para que les creamos? «¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» -se preguntan.
San Marcos nos advierte que también a nosotros nos puede pasar lo mismo. Sin embargo, el mensaje del evangelio debe aceptarse por sí mismo, porque nos hace mejores, porque nos ayuda a ser buenos cristianos.
El profeta Ezequiel ya advertía la misma dificultad de ser creído; sin embargo, Dios le anima a proclamar su mensaje al pueblo: «Al menos sabrán que hubo un profeta entre ellos» -le dice Yahvé.
Es cierto que al papa, obispos, sacerdotes, evangelizadores y a los cristianos en general se nos pide ser consecuentes con lo que anunciamos para facilitar la transmisión de la fe que proclamamos. Sin embargo, siendo importante el testimonio, nunca la falta de testimonio puede ser excusa para no abrirse a la fe, que nos viene dada gratuitamente de Dios. El mismo san Marcos nos dice de Jesús que «no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe».
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