viernes, 24 de agosto de 2018

XXI DOMINGO ORDINARIO - B

JOSUÉ 24, 1-2a. 15-17.18b
En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios.
Josué dijo a todo el pueblo:
«Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; quien hizo ante nuestros ojos aquellos prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos.
También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!».

COMENTARIO

«Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?».
Es que Jesús acababa de hablar a sus paisanos de la necesidad de comer su carne y beber su sangre para tener vida eterna.
Siglos atrás, en tiempos de Josué, sucesor de Moisés como guía de los israelitas, también a este pueblo le resultaba duro el camino a recorrer que les proponía Yahvé, su dios. Josué se vio en la necesidad de plantear con seriedad, sin concesiones, lo que suponía el seguimiento de la alianza establecida entre Yahvé y Moisés. El pueblo entero había aceptado aquellos diez mandatos y había prometido ser fiel. Josué se lo recuerda ahora y les propone reafirmar su fidelidad a la Alianza: «Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién servir». El pueblo a una sola voz responde: «También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!».
Hoy también a los cristianos se nos vuelve a plantear la misma cuestión: si nos resulta difícil en estos tiempos servir al Señor, escojamos a quién servir o, sencillamente, no escojamos a nadie y confiemos en nuestras propias fuerzas y en las decisiones que otros tomen por nosotros. ¿Seremos capaces así de vivir para siempre, como nos propone Jesús en el evangelio? Ya hay algunos pensadores que se atreven a afirmar con cierta seguridad que no está lejos el día en que el hombre no morirá, porque los avances de la medicina serán tales que el trasplante de cualquier órgano enfermo del cuerpo por otro sano será relativamente sencillo. Hay quienes se atreven a aventurar que en unos 50 años será posible.
Ser fieles a la Alianza les resultaba difícil a los judíos en tiempos de Josué. Aceptar la vida que propone Jesús en el evangelio nos resulta difícil también a nosotros en estos tiempos en que todo lo conseguimos con una llamada telefónica a la tienda o un sencillo clic en internet: todo está al alcance de la mano. El esfuerzo, la aceptación del sufrimiento, el trabajo, la ascesis, las privaciones no son virtudes de nuestro tiempo; y debemos de estar a la altura de los tiempos –así decimos.
En la carta de San Pablo a los efesios afronta un tema concreto de su época y de aquella comunidad. Se conoce que también a los efesios les resultaba duro el amar para siempre a sus esposas como Cristo ama a su Iglesia. Hoy seguramente nos hablaría del amor mutuo entre los esposos, de la fidelidad matrimonial, de no separarse ante la primera dificultad.
En fin, hoy de nuevo Jesús se nos propone como alimento que nos dará fuerzas para ser fieles a su seguimiento y, en la otra vida, la felicidad eterna.
¿Aceptamos esto? San Juan nos dice que muchos, al oír esto, le abandonaron.
Pedro, en nombre del resto, de los más cercanos, le contesta: «Señor, a ¿quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Que esta sea hoy nuestra proclamación de fe en esta eucaristía.
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