Lc 10, 38-42
En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía
una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba
su palabra.
Marta, en
cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose,
dijo:
-«Señor, ¿no
te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una
mano».
Respondiendo,
le dijo el Señor:
-«Marta,
Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria.
María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
COMENTARIO
La acogida
al que se acerca a nosotros es el octavo sacramento de vida: en él Dios se hace
presente en nuestras vidas. Cuando acogemos a alguien que nos visita, conocido
o extraño, estamos acogiendo a Dios que se hace el encontradizo con nosotros.
¿Cómo
recibiríamos al Señor si llamase a la puerta de nuestra casa? Esta es la
hospitalidad que debemos dar a quien se acerque a nosotros. Estos días de
verano se prestan a estas visitas, a veces inesperadas.
Aprendamos
de la historia del encuentro de Abrahán, el padre del pueblo de Israel. Unos
hombres se acercan a su tienda en un día muy caluroso. Hoy fácilmente podemos
imaginar la escena. No espera a que lleguen, sale a su encuentro en una actitud
de generosa hospitalidad. El diálogo que inicia Abrahán con los tres personajes
nos indica que es consciente de encontrarse con su dios, Yahvé. Esto nos hace
suponer cómo será la acogida: les ofrece agua fresca para los pies polvorientos
y cansados, sombra para aliviar el cuerpo y alimento para recuperar fuerzas.
Podemos
estar haciéndonos esta reflexión: si fuera realmente Jesús quien viene a
visitarnos, ¿haríamos lo mismo? Ahí está la enseñanza: vivamos cada encuentro
con las personas siendo conscientes de que es el mismo Dios quien se acerca a
nosotros.
También nos
deja otra enseñanza el autor sagrado: de cada encuentro saldremos ampliamente
recompensados. Dice uno de los personajes a Abrahán: «Cuando yo vuelva a verte,
Sara habrá tenido un hijo» (Gn 18, 10a).
El texto
evangélico de san Lucas nos deja también una maravillosa lección. En el relato
que nos presenta el evangelista nos recuerda de nuevo detalles de la proverbial
hospitalidad oriental, que aún conservan estos pueblos hoy día.
Se trata de
una imagen similar a la acogida de Abrahán a los tres personajes. Al igual que
Abrahán, también María, hermana de Lázaro y Marta, sale al encuentro de Jesús y
no se separa de él. Mientras Marta, como Sara en el relato del génesis, se
ocupa de preparar el alimento que reponga las fuerzas de Jesús.
«Marta,
Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria.
María, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». San Lucas nos
advierte que es más lo que recibimos por nuestra generosa hospitalidad que lo
que podamos ofrecer a nuestros visitantes: familiares, amigos, peregrinos,
enfermos, presos, ancianos, sin hogar. Todo ello si somos conscientes de que es
al mismo Dios a quien recibimos, como lo fue Abrahán.
«Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de
beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?».
Y el Rey les
responderá: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis
hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25, 40).
Recemos con
frecuencia al Señor: «Sé que estando contigo, con mis hermanos estoy, y sé que
estando con ellos, tú estás en medio, Señor».
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